El retorno de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos pone en riesgo los fundamentos de la democracia. La imposición de una élite feudotecnológica que colabora de manera directa en su gobierno para salvaguardar sus propios intereses, el nombramiento de individuos leales en puestos clave para impulsar políticas regresivas y, en general, las decisiones tomadas bajo el supuesto de “hacer América grande otra vez”, configuran un conjunto de acciones iliberales que agudizan la batalla cultural.

El iliberalismo se refiere a una forma de gobierno que mantiene ciertas estructuras democráticas, tales como el acceso a los puestos de elección popular a través de comicios periódicos. Pero, a su vez, socava sistemáticamente las libertades civiles y derechos humanos bajo el argumento de mantener el orden y la seguridad; concentra el poder en manos del ejecutivo y renuncia a la separación de poderes; centraliza el control de los medios de comunicación para suprimir la disidencia y controlar la narrativa pública; y, apuesta por un nacionalismo en el que se someten los derechos de las minorías y poblaciones migrantes.

Los impactos del iliberalismo tienen su expresión en la erosión democrática manifiesta en el debilitamiento de las instituciones y el estado de derecho. Una de las formas que adopta es la polarización social creada a partir de narrativas clasistas y racistas, que sitúan a unos sectores de la población por encima de otros, promoviendo la discriminación y legitimando la idea de que no todos los seres humanos deben tener acceso a los derechos en igualdad.

Hoy, un ensordecedor ruido de disputas y confrontaciones mantienen atrapada a la población en todos los espacios de la vida cotidiana. Todos los terrenos son propicios para la descalificación de aquello con lo que no coincide una de las partes. En este momento, la conversación dejó de ser un lugar de encuentro para debatir y argumentar para convertirse en un espacio de insulto y degradación de la dignidad de las personas.

Pero ¿cómo podría no haber polarización ante las prácticas de un capitalismo voraz que lanza a la población a la exclusión social y desigualdad radical; a la explotación inhumana del inmigrante, del trabajador, de las mujeres sometidas al eterno “trabajo doméstico y de cuidados”; a la racialidad de las formas de vida; a los efectos perversos del desarrollo científico-tecnológico sobre el planeta que lo ha convertido en un gran sumidero de basura contaminada; a la tecnología puesta al servicio del control social de una élite feudotecnológica y la estimulación del imparable consumo?

La respuesta atraviesa por la manipulación de la palabra, por una batalla cultural en la que las élites tecnológicas e inmobiliarias (ultraderechistas) colonizan el lenguaje de las luchas históricas de emancipación. “Libertarios” se autodenominan quienes defienden la libertad centrada en un individualismo que socava la solidaridad y el apoyo mutuo; en el consumo con el que se mide el éxito de las personas; y, un mercado libre, donde supuestamente se dirime la justicia y la inclusión.

El gobierno de Trump ha puesto de manifiesto lo más degradante y perverso que habita en los seres humanos.

Doctorada en Ciencias Políticas y Sociales por la UNAM y Posdoctorada por la Universidad de Yale

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