Después de 200 años de la instauración de la República, Claudia Sheinbaum será la primera mujer que presida el gobierno de México. En este momento se dirimen las reformas propuestas el 5 de febrero por el presidente Andrés Manuel López Obrador. Particularmente, la que preocupa a muchos es la reforma del Poder Judicial que constituye un tema difícil y complejo. Sin duda, su resolución requiere ecuanimidad, prudencia y generosidad.

Llama la atención que la mayoría de los especialistas apunten a cuestiones vinculadas al “nerviosismo” de los mercados financieros, a la supuesta ruptura de los contrapesos entre los Poderes de la Unión, al riesgo de romper el Estado de Derecho y cosas por el estilo. Pero, hasta este momento, prácticamente nadie se refiere a lo que significa que en esta coyuntura histórica sea una mujer la que defina el cambio de rumbo de nuestro país.

Andrés Manuel López Obrador sentó las bases fundamentales para transitar a un estadio de justicia e inclusión. Ahora, corresponde a la virtual presidenta electa solidificarlas y convertir a México en una potencia económica y de prosperidad compartida.

El pasado 2 de junio, el pueblo le concedió el mandato a Claudia Sheinbaum para conducir las reformas constitucionales necesarias para hacer de México un lugar de justicia, inclusión, dignidad, derechos y acceso a las oportunidades de todos sus habitantes. Lo que se traduce en la confianza de que sus decisiones no responderán a los intereses de unos cuantos, sino de toda la población.

En este contexto, adquiere radical importancia el significado que tiene el liderazgo de mujeres. Para una mujer, la toma de decisiones implica asumir una postura ética, comprometerse ante la demanda del otro y acompañar a quienes tienen la vida dañada. Responder a situaciones impredecibles, a demandas extraordinarias, a encrucijadas que no tienen solución en los códigos tradicionales.

Los liderazgos de mujeres, cuando genuinamente son de mujeres, convocan para conciliar la mayor cantidad de puntos de vista posibles. Se trata de un liderazgo “colegiado”, de una “visión ampliada” –para utilizar un término kantiano– que toma decisiones a partir del consenso; del argumento sólido.

Liderazgos que requieren del acompañamiento de otras mujeres, de otras personas, pero también de una trayectoria de ayuda a los demás, de honestidad y reconocimiento.

Esto distancia el liderazgo de mujeres del masculino, ya que no se construye en solitario, ni por herencia, ni por jerarquía, sino por sus méritos en el terreno, en el trabajo compartido con la gente.

No basta que sea una mujer la que ocupe un puesto de decisión, es indispensable que su liderazgo tenga el carácter ético enunciado.

Claudia Sheinbaum está obligada a gobernar con este tipo de liderazgo. Convertirse en un sujeto ético, capaz de empatizar con el sufrimiento del otro, tenerlo como una responsabilidad propia. Abandonar la crueldad de la indiferencia ante el dolor de quienes lo padecen y defender el principio de que la justicia tiene que comenzar por reconocer y atender las demandas justas y legítimas. No más agravios históricos, ni injusticias presentes.

Doctorada en Ciencias Políticas y Sociales por la UNAM y Posdoctorada por la Universidad de Yale

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