El próximo 2 de noviembre celebramos el día de muertos. Es una fecha propicia para recordar a quienes ya fallecieron: sus vidas, sus enseñanzas, sus afectos o los momentos que pasamos con ellos. Pero también es un día para reflexionar sobre la muerte y, por consecuencia, sobre la manera en que vivimos en relación con nuestras convicciones acerca de la muerte y de lo que pueda haber después de ella.
En Querétaro y en casi todo el país está muy arraigada esta celebración, en la que se conjugan las costumbres prehispánicas de colocar altares con las costumbres cristianas. Los panteones y criptas se ven muy concurridos y además por estos días gustamos de leer las tradicionales “calaveras” o versos que se escriben imaginando en forma chusca la muerte de los personajes públicos del momento.
La convicción respecto a la existencia después de vivir en este mundo se ha manifestado en muchos pueblos. Los egipcios, por ejemplo, edificaban grandes y suntuosas tumbas en las que se reflejaba la creencia de una existencia posterior a la muerte. Grandes pensadores que vivieron antes de la era cristiana vislumbraban la trascendencia del ser humano. Platón, filósofo griego, consideraba que tenemos una alma inmortal “encarcelada” en un cuerpo mortal, la cual debía dominar las inclinaciones negativas del cuerpo para alcanzar la sabiduría y la verdad. Ya en la era cristiana, René Descartes, considerado el padre del racionalismo, escribió en Discurso del Método que la verdad “yo pienso, luego soy” era el primer principio de la filosofía que “andaba buscando” y también dice que “el alma por la cual yo soy lo que soy, es enteramente distinta del cuerpo y hasta más fácil de conocer que éste, y, aunque el cuerpo no fuese, el alma no dejaría de ser cuanto es.”
Por otra parte, William Shakespeare nos dice que Hamlet, protagonista principal de una de sus obras, en su célebre monólogo “ser o no ser…” considera que los seres humanos dudamos de la existencia de la vida futura, que puede ser de felicidad o de castigo, y que esa duda es la que nos mueve a soportar las dificultades de esta vida. “La muerte, aquel país que todavía/ está por descubrirse, / país de cuya lóbrega frontera / ningún viajero regresó, perturba/ la voluntad, y a todos nos decide / a soportar los males que sabemos / más bien que ir a buscar lo que ignoramos.”
La convicción de los miembros de una sociedad sobre la trascendencia del hombre tiene un impacto en las leyes y en la vida social. El reconocimiento de la persona con una realidad material y una espiritual nos debe llevar a respetar la dignidad humana y, por lo tanto, la vida humana en todas sus fases. Nos debe llevar a ser solidarios y subsidiarios, es decir a ser capaces de unirnos con los demás y ayudarlos, pero también a promover la superación y la independencia de todos. Nos debe llevar también a buscar el conjunto de condiciones que favorezcan el desarrollo y perfeccionamiento de las personas.
Por el contrario, la ignorancia, la duda o negación de la realidad espiritual y de la trascendencia del hombre nos puede llevar a construir una sociedad en la que no se reconoce una obligación de practicar el bien y el interés por los demás, sino solamente el respeto al derecho ajeno.
Así que este día de muertos, además de recordar a nuestros difuntos, tenemos la oportunidad de reflexionar sobre la trascendencia del hombre, la vida eterna y la manera en que nuestra realidad social y política nos puede ayudar a alcanzar esa trascendencia.
Analista