En el pequeño pueblo de Valleverde, donde las casas parecían salidas de un cuento antiguo y los caminos se perdían entre campos verdes, vivía una anciana llamada Doña Clara. Ella era conocida por todos como la guardiana de los recuerdos, no sólo porque había vivido más años que casi nadie en el pueblo, sino porque también tenía una curiosa colección de relojes antiguos.
Cada reloj en la vitrina de Doña Clara tenía su propia historia. Algunos habían pertenecido a viajeros lejanos, otros a familias locales y algunos, incluso, eran de épocas mucho más antiguas. Pero había uno en particular que destacaba: un antiguo reloj de péndulo que había pertenecido a su abuelo.
Este reloj, que siempre había estado en la sala de estar de su casa, tenía la particularidad de sonar a horas extrañas y de detenerse en momentos importantes, como si tuviera la capacidad de marcar no solo el tiempo, sino también los recuerdos. A menudo, Doña Clara pasaba horas frente a él, perdida en sus pensamientos.
Una tarde, mientras el sol comenzaba a ocultarse tras las montañas, Doña Clara decidió organizar una merienda para sus nietos. Los niños llegaron con entusiasmo, pero también con un aire de prisa, como si cada momento en Valleverde fuera una pequeña parada antes de regresar a su vida acelerada en la ciudad.
Durante la merienda, Doña Clara, con una sonrisa melancólica, les mostró el antiguo reloj de péndulo. Les contó cómo su abuelo lo había traído de un viaje lejano y cómo cada campanada le había recordado a ella momentos de su infancia y juventud.
Los niños, aunque curiosos, no entendían del todo la importancia del reloj. Para ellos era sólo un objeto viejo en una vitrina polvorienta. Sin embargo, a medida que Doña Clara narraba las historias de los diferentes relojes, algo en sus relatos comenzó a despertar una chispa de interés en los más pequeños.
Una noche, mientras todos dormían, la nieta de Doña Clara, Sofía, se despertó por el sonido de una melodía suave. La melodía parecía venir del reloj de péndulo. Intrigada, se levantó y se acercó al reloj. A medida que se acercaba, el reloj empezó a sonar con una intensidad creciente, y Sofía sintió que el tiempo se estiraba a su alrededor.
De repente, se encontró en un escenario que parecía sacado de un sueño: Valleverde en el pasado, tal como Doña Clara lo había descrito en sus historias. Los caminos eran de tierra, las casas estaban adornadas con flores, y las personas vestían ropas de épocas antiguas. Sofía caminó por el pueblo, conociendo a personajes de los relatos de su abuela. Vio cómo su abuelo joven construía el reloj, cómo él y Doña Clara vivían sus primeros años en el pueblo y cómo el reloj había sido testigo de momentos felices y tristes.
Cuando Sofía volvió a despertar en la realidad, el reloj había dejado de sonar. Llevaba consigo una nueva comprensión del valor de los recuerdos y de la importancia de la historia familiar. A la mañana siguiente, compartió su experiencia con su abuela, quien escuchó con lágrimas en los ojos.
Doña Clara sonrió y abrazó a Sofía, sabiendo que el reloj había cumplido su propósito una vez más: conectar el pasado con el presente, y enseñar que la nostalgia no es solo tristeza por lo que se ha ido, sino también un puente hacia las memorias que nos hacen quienes somos.
*Artista visual, escritora y terapeuta