Sobre el populismo como objeto de estudio de la ciencia política ha habido no solo vaguedad sino, incluso, antagonismo.
Algunos lo plantean como una práctica amenazante que puede destruir la democracia. Establecen el antagonismo populismo-democracia.
Otros, como Ernesto Laclau, lo definen como un modo de construir lo político.
En mi opinión, en la misma línea que Laclau, el populismo está en el corazón mismo de la democracia, de tal forma que todos los actores políticos lo ejercen permanentemente.
El populismo no es un tipo de movimiento, identificable con una ideología. Hay populismo de izquierda o de derecha.
El populismo, de acuerdo con Laclau, implica la construcción de una frontera social, el establecimiento de un “ellos” vs un “nosotros” en la lucha política. La creación de ese nosotros en un proceso de génesis de una identidad, la creación de un “Pueblo”.
La activación de la lógica populista también requiere la existencia de demandas insatisfechas por las organizaciones gobernantes, reclamos que dejan de ser aislados y que comienzan a articularse.
Cuando las demandas puntuales pierden su identidad específica y se hacen equivalentes a las de otros grupos, hay el caldo de cultivo para la creación de un “nosotros pueblo” antagonista a las organizaciones gubernamentales existentes.
El populismo se hace más identificable en momentos de crisis pues es cuando los gobiernos tienen más fragilidad de atender oportunamente las demandas de su población.
Otra característica común es el surgimiento de liderazgos, capaces de representar la posibilidad de resolver las demandas insatisfechas de la población.
En México hemos pasado diversos momentos populistas. De hecho, los momentos fundacionales de nuestra nación han sido momentos populistas.
En la Guerra de Independencia, las demandas insatisfechas de los criollos se articularon con la opresión indígena y fue el caldo de cultivo para la creación de un nosotros, una nación multicultural: el México mestizo.
Sin embargo, considero que el populismo es más frecuente aunque con menor intensidad. En cada proceso electoral cada candidato busca hacer como propias las “banderas” de diversos grupos sociales.
Para la victoria electoral no importa tanto la viabilidad de las propuestas de campaña sino la capacidad del candidato para representar la posibilidad de llevar a cabo las soluciones.
La fundación misma de un partido político parte de la perspectiva de que hay un grupo en el poder que no está satisfaciendo diversas demandas y en ese momento comienza la formación de un nosotros (en busca del poder) frente a ellos (actualmente en el poder).
Asimismo, las campañas electorales son esfuerzos en los que cada actor político busca apropiarse de causas y ampliar su “nosotros” para obtener la votación que le permita acceder al poder.
Los partidos en oposición buscan señalar las demandas insatisfechas por un régimen y el partido en el poder busca mantenerse como el actor con la capacidad de brindar las soluciones.
Así, creo, se puede decir que la democracia es intrínsecamente populista.
Consultor, académico y periodista