Cuando una actividad criminal crea una cultura a su alrededor, se convierte en un cáncer social difícil de extirpar.
Se convierte en un sistema de formación de jóvenes, a quienes es difícil de reencauzar en otras actividades, por más apoyos, deportes o caminos alternos se les ofrezca.
Para muestra algunos botones. Durante décadas España vivió ataques terroristas perpetrados por la banda Euskadi Ta Askatasuna (ETA).
En gran parte de la población española, las acciones terroristas, bombazos, asesinatos y secuestros causaban horror y repulsa.
Sin embargo, una caminata por calles de localidades rurales como Ordizia, entre Bilbao y San Sebastián, podría dejar a más de uno con la boca abierta.
En la plaza principal de Ordizia, un 10 de septiembre de 1986 fue asesinada a plena luz del día Dolores González Catarain.
Ella fue una de las primeras mujeres en ser lideresa de ETA. Decidió abandonar la lucha armada clandestina y ejercer la maternidad. La banda terrorista no le perdonó dejar la causa. Lo consideró una insubordinación.
Amenazada, intentó rehacer su vida. Viajó a México. Estudió en la Universidad Autónoma Metropolitana. Luego de unos años regresó a Europa, primero a París, con su hijo Akaitz.
Luego, tuvo la osadía de desafiar la sentencia de muerte de ETA y regresó a su pueblo natal en el País Vasco.
Los etarras cumplieron su amenaza y cometieron la infamia. La asesinaron a balazos a plena luz del día, cuando caminaba de la mano de su hijo.
Décadas después, si uno preguntaba a alguna abuelita sobre lo ocurrido a Yoyes en esa plaza de Ordizia, las señoras, sin mayor pudor contestaban “¡Qué bueno que la mataron, por chivata!”
La violencia como cultura, como ideología, no se puede combatir a balazos, no se extirpa rápido. Hacerlo puede representar un genocidio.
Para combatir la cultura del crimen no hay más armas que una contracultura, que defina esquemas de valores y anteojos ideológicos distintos a los más jóvenes. Evitar por los medios legales que se propaguen expresiones que hagan apología de conductas antisociales.
Por eso no es mojigatería ni santurronería cuestionar y limitar los corridos que hagan loas a personajes del crimen organizado. Y no es solo cuestión de las autoridades. La cultura criminal es un fenómeno social y solo con la sociedad se combate.
Consultor, académico y periodista