El expresidente Andrés Manuel López Obrador construyó un esquema narrativo durante los últimos 30 años. Esa narrativa preveía un conflicto y una misión. El gobierno de México estaba capturado por una oligarquía que usaba los bienes públicos para beneficio de unos cuantos.

Esa oligarquía, que con el paso de los años bautizó como “la mafia del poder”, en la que se articulaban un puñado de políticos y multimillonarios, tenía dos instrumentos políticos aliados: el PRI y el PAN. Ambos partidos compartían una clase política, los tecnócratas, cuyo pensamiento político-económico es opuesto a los valores nacionalistas emanados de la Revolución Mexicana, o a lo que posteriormente López Obrador bautizó como “humanismo mexicano”.

La llegada de Claudia Sheinbaum supone un espacio de ajuste o renovación para la narrativa política que implantó López Obrador. En su discurso inaugural y las primeras “Mañaneras del pueblo” ha mostrado visos de darle continuidad a la narrativa organizadora de las políticas públicas.

La Presidenta continúa con la escala de valores sociales de la narrativa, al reiterar frases del tabasqueño como “por el bien de todos primero los pobres” o “con el pueblo todo, sin el pueblo nada”. Sin embargo, también tiene matices propios, acentos que ya marcan la línea discursiva del sexenio 2024-2030.

La primera mañanera la dedicó a la disculpa del Estado Mexicano por los crímenes de lesa humanidad cometidos contra el movimiento estudiantil de 1968. La segunda mañanera estuvo enfocada en la reforma constitucional en materia de igualdad sustantiva entre mujeres y hombres.

Las secciones nuevas de la “mañanera” son también muestra de esos matices que Sheinbaum va mostrando de su estilo de gobernar. Si la implantación del relato estratégico ha consumido energía y esfuerzos durante décadas, es lógico, desde la estrategia política, darle continuidad y apuntalarlo, actualizarlo para mantener su vigencia.

Desde el punto de vista de la oposición, en cambio, la continuidad de figuras retóricas es un despropósito y vistos los resultados del 2 de junio mostraron su inoperancia. Seis años después, la oposición no se ha salido del papel narrativo que López Obrador les confeccionó ni han generado un relato poderoso que conecte más allá de sus propios círculos. Requiere romper consigo misma para ganar credibilidad y competir con la narrativa obradorista. Tienen tiempo rumbo al 2030, pero cada día cuenta y parecen no reaccionar al apostar por la continuidad “alito” y la reelección de Marko Cortés vía Jorge Herrera.

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