El populismo como arma narrativa en México es hoy un cartucho quemado. En parte porque su antagonismo se desdibujó, en parte porque fue usada de forma exagerada hasta perder su significado.

La instrumentación de las políticas de contención del déficit, austeridad, desincorporación de empresas públicas, liberalización de mercado trajo consigo el antagonismo entre el populismo del pasado y la modernidad del futuro.

Carlos Salinas de Gortari expresó la promesa modernizadora en su primer informe de gobierno: “He propuesto como estrategia del cambio la modernización de México”.

La oferta modernizadora implicó un rompimiento con el pasado. “Esta década de crisis lastimó el nivel de vida de la población de manera sin precedente y destruyó los mitos celosamente guardados por una minoría beneficiaria del gigantismo estatal”, exponía el propio Salinas de Gortari.

La oferta modernizadora, en palabras de Salinas implicaba “la ampliación de nuestra vida democrática” a la par de la recuperación económica.

Sin embargo la crisis de 1994 comenzó a resquebrajar la oferta de modernidad. Así lo reconocía Ernesto Zedillo en su primer informe ante el H. congreso de la Unión.

“El desaliento que esta nueva crisis financiera provocó en los ciudadanos se agudizó, porque el esfuerzo realizado durante casi una década para transformar nuestras estructuras, había alimentado las expectativas de crecimiento, multiplicación de empleos estables e ingresos crecientes. Los mexicanos se esforzaron a la espera de un crecimiento que no llegó”.

Las sucesivas crisis económicas, las deficiencias institucionales y el incumplimiento de expectativas desbordadas abonaron a resquebrajar la narrativa de modernidad, planteada en la década de los 80 y continuada por gobiernos de signos políticos distintos.

La narrativa de  modernidad, después de cuatro décadas, no llevó a México al primer mundo ni nos hizo plenamente democráticos. El populismo como “villano” se desdibujó porque se quiso equiparar con cualquier opción distinta al camino de la modernidad.

El populismo era para 2018 todo y nada a golpe de comparaciones con poco rigor. El actual presidente incluso quiso darle un giro para convertirla en elogio.

“Si apoyar a los pobres, apoyar a los adultos mayores, apoyar a los jóvenes es ser populista que me apunten en la lista”,  arengaba López Obrador en mayo de 2017 en Tenancingo, Estado de México.

La elección presidencial de 2018 marcó también un cambio de narrativas desde el poder donde el proyecto “modernizador” es el actual ogro neoliberal.

El régimen del pasado, ha dicho López Obrador, fue encabezado por una minoría rapaz, que desde 1982 que usó el poder público en beneficio propio y en perjuicio del pueblo.

De la eficacia administrativa, de la capacidad para anclar una narrativa en ciertos hitos y hacer que se convierta en un amplio “nosotros” dependerá la permanencia de la 4T o el regreso “modernizador”.

Consultor, académico y periodista

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