Este siglo XXI, que está acercándose a su primer cuarto, ha sido y es una época en la que la evolución y crecimiento de todo aquello que la inteligencia humana ha desarrollado con una mayor velocidad de cambio en las maneras de vivir de las nuevas generaciones y de aquellas, quienes vieron la luz por primera vez en las décadas cercanas al final de la Segunda Guerra Mundial, mismas que poco a poco van acercándose al final de su ciclo natural y a quienes formamos parte de ellas nos ha tocado ser testigos de tantas cosas que no han dejado de sorprendernos y maravillarnos.

De la mano con todos los cambios, incluidos los muchos que propició la dura experiencia de una pandemia, hemos visto también cómo se han enfrentado desafíos en materia de salud ante el incremento del promedio de vida que, a la par de sus beneficios, ha traído consigo condiciones y circunstancias complejas para los adultos mayores junto con sus familias.

Uno de estos cambios es la manera como hacemos frente a los trastornos mentales que van dejando de ser tabú y son hoy temas prioritarios para instituciones como la Organización Mundial de la Salud.

En los años recientes, el incremento de padecimientos como la ansiedad y la depresión afectan no sólo a la gente mayor, sino cada vez a un mayor porcentaje de la población joven. Me referiré a uno en particular. Hace 50 años, los científicos comenzaron a identificar el Alzheimer como causa de demencia frecuente en personas mayores. A pesar de eso, la pérdida de memoria se consideraba parte del proceso de envejecimiento. El Alzheimer es un trastorno cerebral que lentamente destruye la memoria y la capacidad de pensar y, conforme avanza, la habilidad de llevar a cabo hasta las tareas más sencillas y cotidianas. Las personas que lo padecen también experimentan cambios en la conducta y la personalidad.

Esta enfermedad es responsable de entre el 60 y el 80 por ciento de los casos de trastornos en el cerebro. El factor de riesgo conocido más importante es el aumento de la edad, y la mayoría de las personas con Alzheimer son mayores de 65 años, aunque hay muchos casos en jóvenes.

Para quienes hemos vivido la experiencia de la cercanía con alguien que sufrió este padecimiento, como lo fue mi padre en sus últimos años, sabemos que el manejo y atención del mismo no tiene solo que ver con lo que se pueda atender desde la perspectiva de la medicina, sino también y mucho más desde el vínculo y los cuidados cercanos qué, como decía mi madre, requieren dosis infinitas de paciencia y amor. Si no es fácil aceptar el deterioro natural de la vejez, más aún el de la mente de un ser querido, quien poco a poco deja de ser la persona que ha sido toda su vida, antes que la enfermedad haga de la suyas.

Curiosamente inicia con la pérdida de memoria de lo recién aprendido. Me pregunto ¿donde quedan los pensamientos y las ideas en los momentos de lucidez y cual es la dimensión del razonamiento ante el avance del invasor?

El olvido se va apropiando de la mente, pero tengo la certeza de que este no llega a aquello que está profundamente ligado a otra memoria, la del corazón, ese espacio donde habitan los recuerdos ligados al más valioso de los sentidos, el sentido de la vida, en lugares memorables, como este Querétaro nuevo que deseamos conservar.


@GerardoProal

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