Hay en la vida una etapa en la que se logran consolidar muy buenas amistades que prevalecen al paso de los años y eso ocurre en la juventud, en el transcurso de la adolescencia, sin demérito de aquellas que surgen en otro momento y que también estrechan lazos fuertes y sólidos. Sin embargo, en esa etapa se dan en un contexto de mucho mayor confianza y sana complicidad por la ausencia de cualquier interés y por todo ese tiempo compartido en sueños y aventuras que la vida nos brinda siendo jóvenes.

Cuando transcurren alrededor de cinco décadas y coincides de nuevo sin otro propósito que honrar la amistad, la explosión de recuerdos suele ser maravillosa al igual que lo es la posibilidad de rescatar las emociones que se sentían en ese tiempo que ha transcurrido como un suspiro.

Es justamente en esa etapa de la vida cuando se toman las primeras decisiones que permitirán tejer el destino de cada quien. Asuntos tan importantes como iniciar la carrera profesional o la vida productiva, comienzan a marcar rutas distintas y, aún con la suerte de coincidir eventualmente, poco a poco cortan la frecuencia de reunión de un grupo de amigos que coincidimos diariamente a lo largo de varios años.

Aunque tomamos caminos muy diferentes, algunos fuimos entonces testigos de la elección de cada quien para sus estudios profesionales, sus trabajos y su pareja para construir una familia. Dejamos atrás la frecuencia, pero nunca el contacto.

Hace apenas unos días, nuevamente nos reunimos dos matrimonios y un amigo más, sólo para disfrutar la compañía y las remembranzas de nuestra amistad, que viene desde aquellos años. Curiosamente recordamos también cómo conocimos a nuestras parejas mucho después de compartir la escuela preparatoria y hay una historia que, sin saberlo, yo tenía incompleta, pero que a mi entender fue muy importante para mi amigo y su esposa.

Resulta que cuando él la vio por primera vez, quedó prendado de ella y desde ese momento, no obstante que no habían sido presentados, decía que algún día se casarían. Recuerdo mucho esa anécdota y me quedó claro que logró su propósito después de haber realizado todo aquello que lo llevó a alcanzar su objetivo.

Cuando aún no eran novios, pero coincidieron como compañeros en la maestría —supongo que él propició esa académica coincidencia— tuvo un accidente automovilístico que lo llevó al hospital después de salir proyectado a través del parabrisas.

Ella platica que fue a visitar a su compañero de escuela cuando estaba hospitalizado. Deduzco que en el trance de un momento difícil y complejo como ese, trajo consigo el fortalecimiento de un vínculo entre ambos que, como el parabrisas, hizo añicos los obstáculos y consolidó una memorable relación de pareja que perdura.

Imagino esos momentos en la habitación del hospital entre la angustia y la alegría, entre el dolor y la dicha, donde el amor callaba y la esperanza sonreía. Mi amigo tuvo a la vista la mejor medicina para su recuperación, que por fortuna para todos se dio.

No cabe duda que una experiencia y una situación difícil, trae consigo, además del aprendizaje sobre el cinturón de seguridad, varios buenos detalles ocultos que, a partir de ahí, fortalecieron muchos motivos más para coincidir en la maestría y en la vida, en este Querétaro nuevo que deseamos conservar.

@GerardoProal

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