¡Vaya! Ya estamos de lleno en el nuevo año y se van diluyendo los aromas navideños en la medida que en el ajetreo propio de lo cotidiano regresamos de nuevo al día a día laboral, escolar o de las tareas del hogar. Sin embargo, después de la euforia navideña, con la alegría obtenida en las diversas celebraciones de esos días que propician la maravillosa oportunidad de coincidir con quienes queremos y se reúnen viniendo o yendo de lugares distintos y lejanos a esa, la casa familiar que se convirtió en sede y punto de reunión para todos. Ahí se viven momentos familiares o de amistad profundos, donde los abrazos, las sonrisas y las expresiones, refrendan el amor fraternal o el cariño compartido y que la distancia impide manifestar personalmente con la frecuencia deseada. Se comparten tantas emociones para fortalecer los vínculos de esa pequeña comunidad.
Pero el tiempo jamás se detiene e inevitablemente los propios días marcan el momento de que cada quien con su cada cual, regresan de nuevo a sus respectivos lugares de residencia. Es entonces que para quien se queda o para quien se marcha, viene necesariamente un espacio de reflexión y nostalgia al saber que ha concluido una navidad más, acompañando a ese año que también termina, con la percepción de constatar el paso del tiempo de tantas otras viejas navidades que se recuerdan siendo niños, adolescentes, jóvenes, adultos, padres e inclusive abuelos. Cada una de ellas con sus detalles y sus momentos que por alguna razón quedaron grabados en nuestra memoria. Las recordamos en silencio y en una relativa soledad. Podemos en esa nube densa de la memoria, remembrar afectos y amores que estuvieron en navidades un poco o bastante más lejanas. También se nos da recordar los roles que jugamos desde pequeños en la casa paterna y que dejamos atrás cuando crecimos o decidimos partir a formar, dentro de la propia, una nueva familia. Entonces, aunque siempre nuestra, nos convertimos en visita en la misma casa o, hasta que dejó de ser la sede y solemos transformarnos en nómadas navideños, para festejar en lugares insospechados.
En ese silencio que nos cobija al terminar las celebraciones, es cuando duelen los abrazos que ya no se pudieron dar, cuando lamentamos las ausencias definitivas y cuando caemos en cuenta que vamos dejando atrás una navidad más que se suma a un ciclo de vida que sigue y seguirá hasta que nos toque partir. En esa relativa soledad, caemos en cuenta también que algunas familias nuevas, las que se van formando o aquellas que van evolucionando, toman otros rumbos y se suman a otras sedes, en un proceso natural e inevitable por la dinámica de sus integrantes y por el paso del tiempo, que jamás deja de manifestarse, absolutamente para todos y cada uno de nosotros.
En fin, cuando palpamos en ese silencio y esa soledad el dejar atrás otra navidad más, es por que acumulamos un buen número de temporadas y entonces llega la imperiosa necesidad de hacer frente al nuevo año, con la realidad de sus propias circunstancias, dejando atrás lo vivido, debemos entonces con elusión y esperanza abrazar los buenos deseos y hacernos cargo de todos y cada uno de nuestros desafíos personales y familiares, en donde hoy habitemos, lugares como este Querétaro nuevo que deseamos conservar.
¡Feliz Año!
@GerardoProal