Tenemos tardes y anocheceres muy bellos, a pesar de no verlos por estar ocupados atendiendo otros temas.

Sobre ello, tengo presente una tarde en la que hubo pocas nubes en el horizonte y el sol ya cerca del ocaso brillaba con esa rara humildad que le caracteriza cuando está por marcharse del día y suele ir adquiriendo esa tonalidad rojiza y naranja que ilumina el cielo y sube el nivel de las emociones de quien se da la oportunidad de observarlo.

El cielo a su vez manifestaba un azul intenso que se extendía a lo largo del occidente, regalando unos minutos muy especiales, como preludio de una noche clara y estrellada, mientras tanto, comenzó a desdibujarse entre árboles y maleza en la vista que teníamos un pequeño grupo de amigos que fuimos a tomar fotografía en un rancho cinegético en la Sierra Fría, en el estado de Aguascalientes, en un tiempo cuando no había tanta inseguridad.

Eran los primeros años de hacer viajes junto a quienes nos apasiona la fotografía y yo estaba en mis inicios con la cámara digital. Ese claro atardecer nos invitó a desvelarnos por la noche, pues salimos de la cabaña donde nos hospedamos para observar la bóveda celeste que, en medio de la oscuridad total, nos transportó de una manera insospechada mucho muy lejos de donde nos encontrábamos.

En el grupo, había quien llevó un telescopio y con mucha paciencia y con equipo adecuado, se dedicó varias horas a tomar imágenes en la lejanía de ese cielo en esa noche de luna nueva.

Acompañados todos de un buen café, los demás nos dedicamos a observar en aquella espectacular escenografía. Nos permitió descubrir la Vía Láctea y, junto con otros conjuntos celestes, uno a uno los planetas visibles en esa línea imaginaria que corre del oriente al poniente.

Poco a poco fuimos trazando algunas de las constelaciones y después de un rato de comentar sobre las mismas, hubo un periodo de silencio en el cual probablemente surgieron en el interior de cada quien las preguntas sobre lo que implicaba mirar lo que no es posible en las ciudades y poblados.

¿Como se originó?,¿qué tanto más habrá en ese cielo que generosamente nos era permitido ver?, ¿como inició la vida? Cada cual, supongo procesó sus propias respuestas y un rato después, nos volvió a la realidad localizar algunos de los satélites que se desplazan entre la inercia, la gravedad y la velocidad para mantenerse en órbita.

Poco a poco, con nuestros ojos ya adaptados, logramos ver un poco más, mientras crecía la admiración, esa que logra hacer sonreír el espíritu al tiempo de manifestar una enorme gratitud por ese aquí y ahora que cada uno de quienes estábamos en el lugar, de una u otra manera sentimos y que no era fácil describir sin que la emoción nos embargara.

La noche siguiente, frente al fuego de una chimenea, además de compartir la experiencia fotográfica del día, disfrutamos de algunas imágenes capturadas con el telescopio.

Considero que en la actualidad, tres lustros después de aquella noche, sigue siendo necesario vivir esa experiencia de crear conciencia del aquí y el ahora, con la certeza de lo pequeños y vulnerables que somos en este rincón del universo, pero con la grandeza de manifestar gratitud por la vida, en aquella oscuridad o cuando nos alejemos de las luces de este Querétaro nuevo que deseamos conservar.

@GerardoProal

Google News