La naturaleza humana es siempre impresionante, por las múltiples características inherentes y por las formas de actuar, pensar y sentir que poseemos en nuestra propia diversidad. Tan solo una de ellas, la mirada, tiene un alto valor y representa también uno de los medios de comunicación no verbal que utilizamos a lo largo de nuestra existencia.

Desde nuestro nacimiento, cuando nuestra única herramienta de expresión es el llanto, suele llegar alrededor de los tres meses de vida, cuando fijamos la mirada y seguimos con la misma a quien nos cuida y protege. Hay, para quienes somos padres, un momento mágico cuando percibimos los primeros encuentros entre nuestras miradas y ahí comienza a establecerse un vínculo indisoluble para ambos.

De niños, ya expresando las primeras palabras, solemos buscar ese contacto visual y exigimos inclusive que nuestro interlocutor vea lo que estamos haciendo o solicitamos que nos mire a los ojos para asegurarnos que somos objeto de su atención.

En la escuela, es la manera como construimos una primera percepción de quienes nos generan empatía, requisito para conformar nuestras primeras amistades de la infancia y por supuesto que también es una condición para el buen aprendizaje.

Es en el seno familiar donde aprendemos a reconocer la importancia de la comunicación no verbal, cuando nos solicitan mirar a los ojos para recibir la información implícita en un regaño, un reconocimiento, una orden, una solicitud o una expresión de afecto y amor fraterno.

También en la niñez, tenemos la primeras experiencias de encuentros visuales en los que notamos el enojo, la irritación y algo previo al desenlace en una confrontación. Más tarde, en la juventud, adquieren las miradas una distinta y mayor relevancia, en especial cuando al hacer contacto con unos ojos hermosos, se detonan en nosotros esas emociones y sensaciones provocadas por la atracción y el efecto geométrico que suelen provocarnos nuestras hormonas durante y después de hacer contacto con quien nos gusta.

Es en este sabroso ejercicio visual, donde las miradas suelen convertirse en otro tipo de caricias y nos permiten alimentar la esperanza del amor y entonces, intencionalmente, las guardamos en los recuerdos que nos acompañarán un buen trecho de vida o inclusive para siempre.

Ya de adultos, el contacto visual se convierte en una formalidad y en una muestra de correspondencia e interés en todo aquello que realizamos en el tiempo destinado a nuestro trabajo.

Somos entonces objeto o emisores de miradas de todo tipo, incluida esa expresión no verbal que resulta una verdadera tarjeta de presentación que sirve para fortalecer tanto nuestro crecimiento y desarrollo profesional, como el de otros.

En fin, los años nos hacen acostumbrarnos a las miradas y a procesarlas con serenidad y templanza, tal vez a reconocerles con mayor facilidad sus propósitos. Pero qué maravillosas son aquellas, las que a pesar del tiempo nos siguen provocando de una manera deliciosa y no necesitan ir acompañadas de ninguna palabra o ninguna otra expresión. Nos atrapan y siguen cautivándonos como antaño, como cuando la juventud nos obsequiaba sus frutos y sus posibilidades, como nos sigue cautivando a muchos la mirada de este Querétaro nuevo que deseamos conserva

Google News