La memoria es siempre una herramienta poderosa, más aún cuando saca de su armario los recuerdos de momentos agradables y en especial cuando estos llevan consigo la posibilidad de despertar las emociones que sentimos en aquel preciso momento de nuestras vivencias. Hace algunos días, estaba parado frente a una pequeña zona verde donde hay algunos árboles que han crecido y muestran un sano follaje.

De pronto, comenzó el viento a hacer de las suyas sacudiendo los árboles, de tal suerte que prevalecía tanto el movimiento generalizado como el ruido que emiten las hojas al moverse, logrando que toda la escenografía estuviera muy inquieta ante mis ojos.

Debo mencionar que mi gusto por la fotografía de naturaleza, me ha enseñado a prestar más atención a cualquier sonido o movimiento de algún personaje de la fauna y tratar de ubicarlo e identificarlo. A pesar de no traer conmigo la cámara, se convierte en cierta forma de entrenamiento para ello. Suele ser también en ocasiones un ejercicio de contemplación donde dejo a un lado preocupaciones y pongo toda mi atención en el entorno y disfrutar del mismo.

Esa tarde de viento sobre los árboles, me hizo recordar uno de los momentos más memorables en una de mis primeras aventuras de fotografía de naturaleza cuando visité una zona boscosa, con mucha más ilusión que experiencia en la materia.

Eran alrededor de las 4:30 pm, cuando el sol comienza a iluminar en tonos más cálidos y hasta ocultarse. Preparado con algún camuflaje esperaba tener suerte para fotografiar fauna y me senté al costado de un pequeño claro en el bosque, cuando llegó un fuerte viento y generó un gran caos en el silencio y la tranquilidad hasta hacerlos desaparecer por un buen rato mientras yo sentía que la temperatura disminuía a pesar del sol que aún se filtraba por donde la espesura se lo permitía.

Fueron varios minutos de múltiples sensaciones, incluido cierto desconcierto ante la intensidad de los sonidos y el movimiento, pero sentí por primera vez esa enorme emoción de captar un espacio repleto de vida y que nunca había tenido la oportunidad de apreciar.

Después de unos largos minutos, el baile del viento se detuvo y apenas unos instantes después pude descubrir una parvada de cóconos salvajes, donde el macho destacaba por su cresta y brillante plumaje tornasol, así como su carúncula, que es una carnosidad cubierta de plumas como barbas bajo el pescuezo, iba rodeado de seis hembras. Al mismo tiempo, un par de pájaros carpinteros con un rojo intenso, un ave de plumaje y copete azul y un poco más lejos un pequeño búho se dejó también ver.

No me reponía de la emoción previa, cuando hubo oportunidad de captar algunas imágenes de estos personajes que me permitieron completar son- riendo esa tarde. Justamente, después de ambos eventos, caí en cuenta sobre la importancia de aprender a observar, de entender que estaba en un entorno completo y concluí que si quería tomar fotografía de naturaleza, debía aprender más sobre el ecosistema para saber qué se puede encontrar y atrapar en una imagen.

El viento trajo el recuerdo de otro viento, aquel que despertó en mí un gusto más profundo por la naturaleza y la fotografía. Me agrada que también sople fuerte en muchos sitios de este Querétaro nuevo que deseamos conservar.


@GerardoProal

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