Este año será muy conflictivo para Claudia Sheinbaum: crecerán las presiones y el fuego de dos partes: la metralla amiga, con las exigencias y decisiones políticas de su jefe y mentor, Andrés Manuel -quien gobierna sin su consenso-; y las demandas del presidente electo de los Estados Unidos, Donald Trump, quien la presionará para alinearla a los objetivos de su gobierno: control de la migración; combate a la narco tráfico; formar parte del bloque comercial contra China; y renegociar el T-MEC, temas que tocan compromisos de AMLO.
El ejercicio especulativo sobre las consecuencias en ambos frentes es muy rico, partiendo del difícil equilibrio entre ambas posturas que la dejará en más de una ocasión en falta con alguna de las partes. Como ya se vio, en el caso de China, el pragmatismo de Trump lo ha llevado a desdecirse en su pretensión de impedir la importación de vehículos chinos a cambio de algo. Sheinbaum debería estar dispuesta a ceder en algunas cosas para tranquilizar la furia del populista del norte.
Quizás ella buscará negociar opciones para no ceder en lo que le exigen. El extremo sería negociar tratados secretos como el McLane-Ocampo o el de Bucareli a cambio, por ejemplo, de no extraditar a AMLO para que explique posibles acusaciones de vínculos con la delincuencia organizada, o por las posibles revelaciones de El Mayo, El Chapo o los hijos del Chapo, respecto a dineros destinados a sus campañas de 2006, 2012 y 2018.
Un aperitivo podría ser la entrega de los jefes de los cárteles; la operación de sus cuerpos de seguridad en territorio nacional con total libertad e independencia para señalar objetivos prioritarios de captura y extradición; o la entrega de políticos involucrados con la delincuencia organizada (secretarios de estado y gobernadores). Un plato fuerte podrían ser concesiones para su país, como el petróleo o la generación de energías limpias, o la cesión de territorio, que nunca han dejado de pretender. Sería obtener ventajas en el largo plazo para los Estados Unidos, como siempre.
Del lado lopezobradorista y de la izquierda radical mexicana y Latinoamericana, se antojan diversas maniobras para encender el nacionalismo y el antiyanquismo a su máxima expresión como mecanismos de defensa popular de la 4t; otra maniobra, como ya lo advirtió AMLO a través de su alfil Adán Augusto, provocaría una “legítima insurrección armada de ciudadanos”.
La amenaza de “soltar el tigre”, varias veces utilizada por Andrés Manuel, no sería su primer recurso. Un paso obligado, ya en marcha, son los sabotajes a la operación del supermán Harfush para impedirle neutralizar a los generadores de violencia de cada plaza, y obligarlo a volver a la rentable estrategia lopezobradorista de “abrazos, no balazos”.
El papel de jueces, magistrados y ministros designados a modo -como Loretta Ortiz, Yasmín Esquivel o Lenia Batres-, sería fundamental para evitar extradiciones a los Estados Unidos.
Si Sheinbaum se dejara arrastrar por su temperamento, lo seguro es que pagaría un costo muy alto: “el tigre en las calles”, o retirarle su confianza como interpósita gobernante y aplicarle la revocación de mandato si traiciona a su jefe o al equipo; o una crisis comercial, económica y social, a causa de altos aranceles, la devolución en masa de indocumentados y el cese de las divisas que enviaban.
Lo cierto es que los mexicanos viviremos un Annus horribilis si Claudia Sheinbaum no sabe cumplir los caprichos de AMLO y de Trump.
Periodista y maestro en seguridad nacional