Cuando Andrés Manuel se enoja pierde los estribos, y el control de sus emociones, reaccionando vengativamente, sin conciencia del daño que hace, como lo hizo en contra de su amigo al que, enojado porque le ganó un juego de beisbol, le lanzó una pelota en la espalda que lo dejó paralítico, según relatan sus amigos de Macuspana.
Todos los días desde el cadalso de las mañaneras descarga su ira sobre personas e instituciones a los que no se cansa de descalificar con mentiras, medias verdades, datos imprecisos o información no verificable.
El turno ahora fue para una reportera del New York Times que lo consultó —vía correo electrónico dirigido a su jefe de Comunicación, Jesús Goebbels Ramírez— sobre informaciones aportadas por testigos protegidos que involucran a sus hijos y a cercanos suyos en la recepción de dinero del narcotráfico, en 2018, y que requería corroborar, cumpliendo con el deber ético periodístico de consultar a la parte afectada antes de dar a conocer su reportaje.
Utilizando la técnica de “mojar la pólvora”, el Presidente respondió en la mañanera las preguntas que la reportera le formuló, antes de la publicación del reportaje, con el claro propósito de desautorizarlo y minimizar su impacto social para salir mejor librado.
Como suele hacerlo cuando está colérico, y asumiendo el papel de la Ley soy yo, Andrés Manuel no tuvo empacho en violar las leyes aplicables respecto de la difusión de datos personales de la periodista: en represalia, dio a conocer su teléfono, sabiendo que con ello la expone al daño moral no sólo de las injurias, descalificaciones y amenazas, sino también arriesgó su integridad física, la de su familia o la de sus compañeros de trabajo.
Siendo entendible la afectación que se vive por un daño moral tan importante como el que podría ser la calumnia o la difamación, el Presidente debió acudir a los mecanismos legales existente para demandar a la periodista —o al medio— por la supuesta calumnia.
En lugar de actuar como jefe de Estado, como estadista, se dejó dominar por sus intestinos sin dejar de justificar que obró bien; que si molestan a la periodista, que cambie de número, como si eso fuese un argumento de justicia, y no de vil venganza.
Por primera vez, el Presidente experimentó la frustración, impotencia y coraje que muchos de sus difamados y calumniados viven cuando se le ocurre destruirlos no sólo investigándolos —para lo que ocupa a los órganos de inteligencia del Estado—, sino persiguiéndolos y amenazándolos.
A diferencia de sus víctimas, indefensas porque no existen en el país autoridades autónomas capaces de enfrentarlo, él sí puede utilizar los mecanismos legales existentes para demandar y sancionar a quienes lo acusan, en caso de que no tengan pruebas. Si tanto cuida la investidura presidencial, que corrija su actuación mañanera y actúe conforme a las leyes.
Así, el Presidente ha probado una sopa de su propio chocolate que, esperamos, le sirva para ser más empático y cambie su estilo vengativo e irracional de actuar aprovechándose de las ventajas que le otorga el cargo y la disparidad de capacidades de sus víctimas.
AMLO debe dimensionar el peso de su cargo y ser consciente de que el poder político es —y debe ser— para servir a los mexicanos; no para servirse de él en beneficio personal familiar o grupal. Y menos para cumplir venganzas.
En esta ocasión, pasó de victimario a víctima y ya probó su chocolate. Ojalá le sirva.