La conflictiva relación de Donald Trump con México y otros países se ubica en el nuevo orden mundial que este pretende, como en las nuevas dinámicas políticas que mueven al mundo, a fin de ajustar nuestras respuestas y aprovechar las inercias a nuestro favor.
Un primer hecho es que conceptos como Estado, gobierno y presidente, han cambiado en su significado y objetivos.
Antes, los Estados contaban con instituciones lideradas por personas o corrientes y leyes que hacían contrapeso a los gobernantes en cuanto a los objetivos y tareas asignadas a esas instituciones para contribuir al progreso nacional. El logro de metas iba acompañado de negociaciones presupuestales, aplicación o ajuste al marco legal, trabajo de base con la sociedad, etc. Los mandatarios cumplían el mandato del soberano:, el pueblo.
Ahora, dicen, la soberanía reside en el gobernante y el pueblo se ha convertido en súbdito mandatado; las prioridades del país no están en razón de las necesidades de desarrollo social, sino de las iniciativas, ocurrencias o caprichos de los autoridades, quienes se asumen como los representantes del pueblo y los responsables de definir las prioridades y modos de alcanzarlas.
Andrés Manuel López Obrador, Hugo Chávez, Nicolás Maduro, Vladimir Putin, Xi Jingping, Daniel Ortega y Donald Trump, todos son populistas autócratas que llegaron al poder mediante el voto y han sometido a sus países a su visión ideologizada del mundo; cohesionan a sus ciudadanos para luchar contra enemigos imaginarios internos y externos; e impulsan bloques de poder cooperativo o subordinado, según su poder.
En esta nueva lógica de poder el marco legal e institucional pasan a segundo plano. Es la voluntad del gobernante la que rige las relaciones gobernante-gobernados, hegemón-satélites. Su legitimidad viene del electorado que los declara su redentor: el único capaz de hacer justicia “primero los pobres”; devolver la grandeza perdida “Make America Great Again”; recuperar la grandeza de la exURSS, o convertirse en superpotencia (China).
En la construcción de su sueño las tres super potencias han dejado atrás la globalización para instaurar un nuevo orden basado en bloques: un nuevo Yalta.
A México le toca definir si su alianza con Estados Unidos es en calidad de súbdito o de aliado; si seguirá AMLO apoyando la instauración del socialismo del siglo XXI en México y el continente, o si se alinea a Trump como socio confiable.
México sí es confiable. Los que no, son AMLO, su partido, su proyecto y la persona que encubre su gobierno; por su deliberada y cómplice omisión de sus responsabilidades constitucionales con la que apoyó la expansión nacional e internacional de los cárteles y generó crisis de inseguridad en México y en los países en los que estos operan; y, por el cogobierno en algunas regiones del país.
Para ser confiable, se requiere encarcelar a políticos vinculados a los cárteles -sin ello no lo demás es simulación- comenzando por gobernadores -Rocha Moya- y otros dirigentes de Morena señalados por los mismos morenistas, sin farsas como la “operación enjambre”; entender que son caprichos de Trump -en México son los de AMLO-; que no se puede arropar en el multilateralismo, hoy inexistente; y, que AMLO y Trump tienen posturas ideológicas irreconciliables.
Es mejor renunciar a Morena y a la 4t para negociar condiciones de aliado, que pretender exorcizar el problema con el himno nacional o con militares desarmados.
Periodista y maestro en seguridad nacional