El poder es esencial a la política; y tres cosas deben aprender los políticos de él, sabiendo que es nocivo para los débiles e imprudentes: conseguirlo, administrarlo y dejarlo. La debilidad de un político radica en su incapacidad de aumentarlo; no saber utilizarlo prudentemente; y, no saber renunciar a él al término de un cargo.

Andrés Manuel, como Benito Juárez, Porfirio Díaz, Plutarco Elías, Luis Echeverría y Carlos Salinas de Gortari, no se preparó para dejar el poder. Ellos fueron astutos en conseguirlo y utilizarlo a su favor, pero ninguno supo renunciar a él. Al no poder mantenerse en el cargo (exceptuando a Juárez que murió siendo presidente) escogieron sucesores manejables. El único exitoso fue Calles (Maximato), hasta que el sumiso Lázaro Cárdenas se rebeló.

Tanto Cárdenas como López Portillo y Zedillo se sacudieron a su predecesor mandándolos fuera del país: exiliado (Calles); como embajador (Echeverría), y el autoexilio (Salinas).

A diferencia de ellos, que aplicaron la regla no escrita de no permitir que los expresidentes interfirieran en la vida política del país, Claudia Sheinbaum fue designada -y así se auto asume-, como continuadora y administradora del proyecto de su predecesor.

Fue designada candidata no por ser la más capaz, líder, experimentada, por su trayectoria política o los mejores resultados de su gestión, sino por ser la más manipulable, fiel y sumisa a AMLO.

Violando todas las leyes electorales, Sheinbaum -por designio de AMLO- inició su campaña tres años antes del inicio formal de éstas. Durante este periodo el tabasqueño fue su jefe de campaña; movilizó todos los recursos del Estado y de los (23) gobiernos estatales y municipales gobernados por Morena para apoyarla. La secretaría del Bienestar puso a su disposición a 26 mil Siervos de Morena, pagados por la nación para que más de 30 millones de familias se convirtieran en beneficiarias de los programas sociales y comprometieran su voto por Morena. La elección de Sheinbaum se convirtió en asunto de seguridad nacional para la 4T.

En calidad de dueño del poder, AMLO impidió que Sheinbaum nombrara a su sustituto en el gobierno de la Ciudad de México; al candidato a sucederle en el cargo; y al sucesor del pejista Arturo Zaldívar en la Suprema Corte de Justicia de la Nación.

En la memoria nacional queda el regaño y descalificación a Sheinbaum por no haberlo defendido en los debates y -a través de La Jornada-, le recordó a quién le debe ser quien es, y estar donde está.

Claudia no nombró un solo candidato a gubernaturas, diputaciones o senaduría. Todos los nombró AMLO. Y maniobra para dejar en su gabinete a leales a él. Faltando a la cortesía política le impuso secretario de Hacienda; y la tarea de proteger la carrera política de sus hijos, quienes, seguramente, serán sus fiscales y contrapesos.

En su reencuentro Sheinbaum reiteró su lealtad a AMLO y al proyecto: “acordó” (le impusieron) avanzar en el estatismo de la 4t mediante la aprobación de las 20 reformas constitucionales rechazadas en la anterior legislatura; pese a la inestabilidad cambiaria en el mercado financiero por la inseguridad jurídica que esto implica.

El Maximato está cantado: AMLO se entrometerá en aquello que le disguste o se aparte de su proyecto (derecho de réplica); y la controlará vía sus leales.

Como buen simulador, AMLO quiere convencer a la opinión pública de que no meterá las manos en el gobierno de su corcholata; y para algunos, su marioneta.

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