Lo que mal inicia, mal acaba”, podría ser el epitafio del gobierno de AMLO que hizo de la corrupción y la mentira normas oficiales, construyó adversarios, polarizó a la sociedad y manipuló a la masa, y no contento con la destrucción que deja a su paso, construyó el andamiaje político y gubernamental que le permitiría -con la voluntad de su sucesora o sin ella- seguir gobernando.
Lo que parecería la jugada maestra para mantener el poder y la impunidad, se diseñó e instrumentó a partir de dejar en la presidencia a una incondicional -aislada y con adversarios políticos dentro de Morena-, luego de un proceso cargado de conflictos entre los participantes, con quienes, al final, Claudia no pudo resolver sus diferencias y reagruparlos en torno suyo, al toparse con que el ganón fue Andrés Manuel, quien asignó a las mafias de Morena cargos y cuotas en el gobierno de Sheinbaum; también le nombró gobernadores, diputados federales y locales, senadores, presidentes municipales, coordinadores de las facciones parlamentarias y a casi todo el gabinete; le definió la agenda política de su gobierno; y, para rematar, le demostró en sus paseos quién tiene el poder, la popularidad y los votos.
Para que López Obrador pueda mover la cadena de transmisión en el próximo gobierno cuenta con varios mecanismos: llamar directamente a Claudia Sheinbaum para decirle qué quiere y cómo hacerlo; a través de quienes les son leales y ocupan los cargos más relevantes en el gobierno, el Poder Legislativo y el Judicial; y, a través del su hijo, Andrés López Beltrán, quien tendrá el poder real, a través de sus amigos, en Morena y en las áreas donde se maneja lo político, jurídico y económico (SAT, licitaciones; gobernadores, presidentes municipales, diputados federales y locales y senadores; con jueces, magistrados y ministros) para manejar los negocios familiares (obras públicas) y el control político.
Lo que parecía el paraíso para el tabasqueño lo ha venido a descomponer diversos mensajes cuyo destinatario no es Andrés Manuel, sino Claudia Sheinbaum, en cuatro temas centrales: definir si su gobierno será cómplice de la consolidación de un régimen autoritario; la presencia del narco en el gobierno y la estrategia de seguridad; el sometimiento del Poder Judicial al presidente y a su partido; y, la continuidad de AMLO como presidente -y ella como vicepresidenta-, o la determinación de sacudirse la tutela.
El mensaje más fuerte y directo fue el de Ernesto Zedillo, quien abordó toda la agenda, incluida la persecución a opositores, a periodista y a los medios de comunicación; los de García Luna y el Mayo Zambada, podrían ser una piedra en el zapato de AMLO, por sus vínculos con el narco; el de Carlos Slim, quien demandó cambios en la estrategia de seguridad; el del ejército, que le demostró unidad, lealtad, patriotismo y espíritu de cuerpo (en caso de que decida ser ella la presidenta, y enfrentar a la delincuencia); y, el de la Iglesia, en torno a restablecer la paz.
Un logro histórico ya tiene ganado Sheinbaum: ser la primera mujer que llega al cargo. Un segundo podría ser que sea la presidenta, como lo han hecho todos sus predecesores, desde Lázaro Cárdenas.
Pocos momentos en la historia nacional han sido tan determinantes como el que vivimos. De lo que Claudia Sheinbaum reflexione y decida dependerá el futuro de nación y su memoria en la historia: ser un Cárdenas o un Pascual Ortiz Rubio. La decisión, tendrá consecuencias.
Periodista y maestro
en seguridad nacional