La expectativa de que la presidenta Claudia Sheinbaum sería diferente a partir de su toma de posesión ha venido decepcionando a muchos, algunos de los cuales han definido un plazo prudente de espera a los primeros cien días, a fin de ver la huella distintiva de su mandato y quitarle la sospecha de que es la encargada del despacho; y de que no gobierna para los mexicanos sino para su mentor.

Lamentablemente, en los casi 50 días de gobierno han habido sucesos en los que se nota la mano de AMLO —a quien algunos apodan “el aire” porque no se ve pero sí se siente—. En este periodo la presidenta ha venido consolidando los cambios iniciados por su predecesor: la colonización del Poder Judicial; la desaparición de las instituciones autónomas garantes de libertades y derechos ciudadanos; eliminación de los mecanismos de defensa jurídica de los ciudadanos en contra de las abusos del gobierno; la militarización de la Guardia Nacional; el otorgamiento de la sobre representación de Morena en el Congreso, que posibilitan los cambios constitucionales; mantener la polarización social y política mediante el desgastado mecanismo de las Mañaneras del Pueblo; garantizar la impunidad de sus correligionarios; fortalecer los lazos con el Foro de Sao Paulo y el Grupo Puebla y distanciarse del gobierno de los Estados Unidos; y, ha ido más lejos: instaura el régimen autoritario que impulsa su ¿mentor, jefe; cómo llamarlo?

El margen de decisiones de Sheinbaum sigue siendo escaso. AMLO impuso a la titular de la CNDH —próximamente Defensoría del Pueblo—, Rosario Piedra Ibarra, la peor calificada de los 15 candidatos propuestos, pese a haber ocupado 5 años el cargo y no contar con todo el apoyo ni del Comité Eureka creado por su madre. Su calidad moral quedó exhibida con la carta de recomendación falsa del obispo Raúl Vera.

Para defenderse del atropello a su autoridad, por parte de AMLO y su fiel operador Adán Augusto, Sheinbaum aludió la supuesta división de poderes para justificar la imposición del que ya no gobierna.

La presencia de AMLO se siente también, en el rechazo de Claudia al diálogo con los dirigentes de los partidos de oposición. Al nuevo líder del PAN, Jorge Romero, lo calificó de corrupto y lo turnó a la SEGOB para atender los asuntos de ese partido con su gobierno.

También evitando llamar a cuentas a Adán Augusto, coordinador de la fracción parlamentaria de Morena en el Senado, por el señalamiento de Javier May, gobernador de Tabasco, de que Hernán Bermúdez, titular de Seguridad Pública del gobierno de Tabasco durante el mandato de Adán Augusto, es el líder del grupo delincuencial “La Barredora”, autor de la violencia en la entidad y de los ataques a su gobierno.

Con el síndrome del primer post debate en el que Claudia resultó regañada por no defender a AMLO de los señalamientos de corrupción, la presidenta defendió a su ¿jefe o ex jefe; cómo llamarlo? ante los señalamientos del embajador de Estados Unidos en México en el sentido de que éste rechazó la ayuda de los vecinos en materia de seguridad.

La veneración lopezobradorista parece ser un problema para este gobierno, luego de que se ha comprobado en los hechos que muchos de los integrantes del gabinete tienen en su corazón al tabasqueño, pero le deben lealtad a la nueva presidenta. Lo que queda claro, hasta el momento, es que la sombra que protegía a Sheinbaum, a ratos, parece ser una presencia fantasmal que no se podrá sacudir fácilmente.

Periodista y maestro en seguridad nacional

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