El inicio del nuevo gobierno comienza dando señales de debilidad y dependencia que, de no corregirse, evidenciarían que Claudia Sheinbaum no asumió la presidencia, sino la gerencia del país. Y no, no es que deba pelearse, insultar o faltarle el respeto a su predecesor, sino dejar en claro que al asumir la investidura presidencial ella asume la responsabilidad de gobernar para todos los mexicanos —ante quienes rendirá cuentas de su desempeño—, y no para responderle a su mentor y a los suyos.
El lenguaje verbal y no verbal, los símbolos, el protocolo e inclusive las mismas personas que estuvieron presentes en la ceremonia, fueron casi las mismos que intervinieron en la toma de posesión de AMLO. Pero a diferencia de esa, esta ceremonia se percibió más orientada a jurar lealtad a Andrés Manuel que a comprometerse frente a la nación a gobernar bien. Esto porque ella lo necesita más a él, que él a ella, como sugiere Carlos Bravo Regidor.
La falta de creatividad, iniciativa y originalidad han estado presentes en los primeros días del gobierno de Claudia, ya que han sido una copia fiel del gobierno de su mentor: los cien compromisos, la limpia chamánica, la entrega del bastón de mando (rarísimo en quien se dice científica y atea), gabinete dizque de seguridad, mañaneras, miércoles de mentiras, etc.
Y aunque ha aparecido rodeada de mujeres, la sombra del caudillo, el patriarcalismo de su mentor la eclipsa al auto asumir su gobierno como una extensión del de él, no como algo nuevo y diferente, diluyendo el cargo en encargo; dejando pendiente definir qué notas propias le aporta la mujer al gobierno de México ,y cuál es el beneficio de que ella haya llegado al cargo.
Otro elemento preocupante es que apenas inicia el nuevo gobierno y ya comenzó la sucesión presidencial de 2030 con la nominación de Andrés López Beltrán como el candidato. De confirmarse esto le dejaría en claro a Claudia que el puesto es de ella, pero no el poder; y que no le tocará a ella nombrar a su sucesor porque es atribución del dueño del proyecto.
Pero más preocupa lo que esto implica: la omipresencia y omnipotencia de AMLO en el ejercicio del poder, ya que el paso del anonimato a la primera Magistratura de su hijo no sería posible sin su intervención, porque el brillo de sus hijos está en el apellido, no en su liderazgo, méritos o trayectoria, por lo que a su heredero les resultaría imposible manejar los muchos intereses y grupos que hay en el partido, que sólo AMLO controla, y sólo a él obedecen.
Lo fuerte de los López Beltrán son los negocios en las sombras, no el liderazgo. Quizás por ello AMLO se ha interesado en impulsar un cambio generacional liderado por los López Beltrán y los hijos de quienes se han apropiado y medran del partido —que ya ocupan cargos en la nueva administración— para garantizar la permanencia del proyecto.
Otra tema es la limitada estrategia de seguridad para los primeros 100 días (abrazos, no balazos 2.0), que busca administrar la violencia, no resolverla; mejorar la imagen del gobierno modificando la percepción ciudadana sin desarticular los cárteles; no detener a los sicarios ni confiscarles sus recursos; no contener la violencia ni detener la producción y el trasiego de drogas.
Ante las sospechas de un maximato Sheinbaum afirma que la presidenta es ella, denunciando una cultura antimachista, cuando lo que se cuestiona es su independencia de AMLO, que no quedó clara en su toma de posesión.
Periodista y maestro en seguridad nacional