Para las instituciones el cambio es una necesidad de sobrevivencia. En algunas ocasiones es motivado por simple evolución, y en otras por crisis internas. En ambos casos requieren conjugar sus más altos valores, capacidades, inteligencias y voluntad, para dar a luz nuevos arquetipos.

Cambiar no significa renunciar a principios y objetivos institucionales, sino encontrar la manera más eficaz de hacerlos posibles en el corto y el largo plazo. Desaparecer no suele ser un objetivo, sino la consecuencia de no haber hecho lo éticamente posible para lograr lo deseable.

Los relevos directivos suelen ser procesos continuos por los que nuevas dirigencias toman la estafeta institucional de manos de sus antecesores y, tras avanzar en el logro de sus objetivos, traspasan el mando a un nuevo grupo directivo.

Los partidos políticos han caído en el abierto rechazo social debido a sus anacronismos ideológicos, la perversión de sus principios, la corrupción y el descrédito de sus dirigentes, y su forma de hacer política.

Bajo el falso ideal del progresismo, algunos partidos han replanteado sus objetivos (antes: lograr sus ideales; ahora: mantenerse en el poder) y el papel de las dirigencias (antes: guiar a la militancia; hoy: controlar al partido).

Mientras el PRI, PAN y PRD, surgieron para aglutinar distintas corrientes dentro de una visión política, éstos están siendo avasallados por la fuerza del modelo de negocio de los partidos franquicia (PVEM, de la familia González Torres; PT, de Alberto Anaya; MC, de Dante Delgado; y, Morena, de Andrés Manuel López Obrador), a cuyos dueños les reditúa grandes dividendos económicos y políticos por la comercialización territorial (estatal, municipal o distrital) de su marca partidista, sin perder ellos el control del partido.

De lo que queda del PRI (la mayor parte de él ha regresado al viejo PRI a través de Morena) Amlito se perfila como su nuevo dueño. El PRD fue desfondado al irse la mayoría de sus tribus y sus banderas políticas a Morena, por lo que perdió su registro y su razón de ser.

En el caso del PAN, que pronto renovará su fallida presidencia, Ricardo Anaya, Marko Cortés y Jorge Romero son los dueños de la franquicia. Cerrar los ojos a esta realidad es ocultar su responsabilidad grupal en los fracasos y la destrucción del partido.

El relevo generacional debe ser el resultado de un profundo análisis de las causas de los fracasos electorales —de 2006 a la fecha—, de lo que ha llevado a la sociedad a repudiar a este partido, y al decrecimiento de la militancia, entre otras cosas.

El análisis de la realidad, la propuesta de soluciones y el perfil del nuevo presidente debe recaer en una comisión de ex presidentes, gobernadores, senadores, diputados y secretarios de estado.

El anayismo ha priorizado las ambiciones personales sobre las exigencias partidistas y el compromiso social. Han preferido el poder a toda costa sin importarles arrastrar al blanquiazul a sus peores y más sonados fracasos, imitando aquello que criticaban al PRI.

Los resultados están a la vista: el fracaso de AN bajo el control de Anaya y Cortes se ha debido a que no suelen responder por sus errores, ambiciones y fracasos.

Que el PAN sea una franquicia que empodera y enriquece a sus dueños ha sido el principal motivo de sus fracasos. Es hora de que el PAN exija cuentas a sus dirigentes y estos, en justicia, reciban lo que se merecen. Por el bien de México, vuelvan a sus orígenes.

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