Se le cerraron varias camionetas con hombres armados. Era el 5 de junio de 2021, un día antes de las elecciones intermedias para renovar gobernador, diputados y ayuntamientos.
Ella, candidata a diputada local por un distrito de Culiacán, Sinaloa, acababa de salir de una supuesta reunión con otros miembros de su partido. Supuesta, porque ninguno, o casi ninguno, llegó a la cita.
La candidata abordó su auto con una mala sensación. Al llegar a la junta había visto camionetas, hombres de negro, caras largas. Había percibido un clima de inquietud que se acentuó cuando alguien le ordenó a un comandante estatal que la escoltara hasta su casa.
Corrían rumores de que el Cártel de Sinaloa estaba “levantando” a los operadores políticos del PRI, a fin de impedir que movilizaran a sus bases. Muchos habían decidido quedarse “guardados” en sus domicilios, pero al final estas precauciones resultaron inútiles.
A unas calles de distancia, en un semáforo, se le adelantaron dos camionetas que no le permitieron avanzar más. Pronto aparecieron otras dos a los lados, y una más atrás.
Hubo luces, gritos, portazos. A ella le apuntaron con un arma de alto poder, la obligaron a abrir la portezuela. Lo primero que hicieron fue quitarle el celular.
El comandante que la seguía bajó de su coche con una granada en la mano. “¡Aquí vamos a valer madre!”, gritó. Se oyó que cortaban cartucho: eran como 20 hombres.
El comandante fue sometido. A la candidata la metieron a una de las camionetas con la cabeza abajo. Le dieron un golpe para que se estuviera quieta.
“¡Vámonos, vámonos!”.
Llevaban a alguien más dentro del vehículo. Venía amarrado y con el rostro encintado. La candidata notó que en la cajuela había otras tres personas.
“Nombre –le preguntaron–. A qué te dedicas”.
Hablaron por radio. Alguien ordenó que la llevaran a algún sitio.
“Diputada, vas a estar bien”, le dijeron. A ella también le encintaron la cara.
“El jefe viene nomás a hablar contigo”, avisó alguien. Era el mismo sujeto que en la camioneta le había comentado: “Hueles bien rico”.
El jefe era agresivo. Le dijo que el operativo era “para evitar la compra de votos y que no se hagan delitos electorales”.
La interrogó:
“¿Quién es tu jefe? ¿Con quién estabas? ¿A dónde ibas? ¿Quién te estaba esperando? Dime nombres o no la cuentas”.
Esa noche, el Cártel de Sinaloa recorría Culiacán para desactivar a los operadores del PRI. Preguntaban dónde estaba el dinero para movilizar y darle de comer a la gente al día siguiente. Preguntaban quiénes más formaban parte de la estructura priista y dónde se encontraban en aquel momento.
Se calculó inicialmente que 20 operadores fueron “levantados” por la gente del Cártel. Pero dada la magnitud de la movilización de aquella noche, los secuestrados podrían ser hasta cien.
Llegó un segundo jefe. Se disculpó, la desamarró. “Se puede poner feo si no nos ayudas. Tienes mucho futuro, coopera para que estés con nosotros”. Llegó un jefe más. Parecía estar más arriba que todos. Era amable, cálido, educado. Tenía la voz joven.
“Diputada, estoy muy apenado. ¿Estás bien? ¿Se portaron bien? ¿Te hicieron algo?”.
Añadió:
“Te vamos a dejar ir, te vamos a devolver tus cosas (le habían quitado la bolsa, la computadora, el teléfono, sus identificaciones: finalmente no le devolvieron nada). Siento lo de tu candidatura, pero lamentablemente esto ya está decidido”.
La dejaron al amanecer en las inmediaciones de un centro comercial. A los otros, los retuvieron hasta poco antes del cierre de casillas. Los soltaron finalmente en una carretera y les dieron cien pesos a cada uno para que tomaran un taxi.
Ninguno de los “levantados” quiso denunciar. No hubo un solo abogado dispuesto a llevar los hechos ante el tribunal competente. El PRI local decidió que lo mejor, “por seguridad”, era dar vuelta la página. Se pidió, a los involucrados, callar. Algunos de ellos creen, sin embargo, que el sol no se puede tapar con un dedo y que lo ocurrido esa noche tendrá consecuencias en la vida de Sinaloa.
El candidato de Morena-PAS a la gubernatura, Rubén Rocha Moya, arrasó con 56.60 por ciento de los votos. Jesús Estrada Ferreiro, candidato a la alcaldía por la misma coalición, obtuvo una ventaja de más de 10 mil 300 votos sobre su más cercano competidor.
Ese día, el narco votó. El cártel se robó la elección.