Durante meses, desde que Donald Trump lanzó su campaña presidencial, y luego ya instalado en el poder, el mensaje fue insistente: habría aranceles contra productos mexicanos. La razón era clara: contrarrestar el déficit comercial de Estados Unidos y complacer a un electorado que lleva años exigiendo el regreso de los empleos industriales que migraron hacia el sur. En México, algunas de esas fábricas —y otras de diversos países— se instalaron aprovechando el marco del TMEC y las facilidades para operar bajo un esquema de “fábrica de Norteamérica”, donde insumos, componentes y productos cruzan con fluidez la frontera con nuestro vecino del norte. Estuvimos durante semanas preguntándonos si las amenazas se concretarían. Y se concretaron.

Desde entonces, venimos repitiendo algo que ya sabíamos: depender en exceso del mercado estadounidense representa una vulnerabilidad para la economía de nuestro país. En ese contexto, el embajador de los Países Bajos en México, Wilfred Mohr, hizo recientemente un llamado sensato durante un evento en Querétaro: es urgente diversificar nuestras relaciones económicas. Tiene razón. Aunque el problema no termina ahí. El desafío va más allá del mapa de los inversionistas. Lo que está en juego es el tipo de desarrollo que se impulsa desde lo local y la manera en que se integra la inversión extranjera en la economía regional. El problema no es el modelo basado en IED, sino la limitada capacidad institucional para aprovechar los beneficios que puede generar: transferencia tecnológica, formación de talento, encadenamientos productivos, integración de empresas locales a las cadenas globales. Mientras esos procesos no se fortalezcan con políticas públicas eficaces y visión de largo plazo, cualquier avance quedará sujeto a decisiones tomadas desde fuera.

En el estudio que realizamos desde el Observatorio Universitario en Negocios Internacionales de la ENES Juriquilla UNAM —Innovation Systems and Foreign Investment (2025)— encontramos que el empleo especializado —el empleo no rutinario— en Querétaro sigue un patrón cíclico vinculado a los flujos de inversión extranjera. Cuando el capital extranjero se retrae —por cambios políticos, por inestabilidad internacional o por ajustes corporativos— este tipo de empleo se desacelera en mayor medida. Esto nos indica que, a pesar del crecimiento y de los indicadores positivos, no se ha logrado consolidar un ecosistema de innovación que genere y retenga conocimiento desde lo local. El riesgo no es menor: seguir dependiendo de ciclos externos impide construir una base productiva sólida que garantice empleos estables y sostenibles en el tiempo.

Insistir en la diversificación como fórmula mágica resulta insuficiente. El verdadero desafío es transformar el tipo de inserción que tiene Querétaro en la economía global y tiene con que hacerlo. Pensar en innovación implica dejar de ver la IED como fin en sí mismo y comenzar a preguntarse cómo se convierte en empleos que permanezcan, en tecnologías que se adapten al contexto.

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