“Que no era de aquí el agresor, que no era de aquí el agredido...” son frases que los funcionarios de Querétaro repiten para desviar la atención sobre la violencia en el estado. Con este discurso, se intenta convencer de que la violencia es un fenómeno externo, algo que llega de fuera y no pertenece a la comunidad. Esta narrativa busca retratar a Querétaro como una isla de paz, como si los problemas de seguridad fueran intrusos que provienen de otros estados. Sin embargo, esta percepción omite un aspecto clave: los residentes de las colonias donde sucedieron los recientes hechos violentos - una de clase media alta y otra en las periferias- ya habían advertido sobre actividades delictivas en esos puntos específicos.

Cuando se afirma que los problemas de seguridad vienen de afuera, se evita la responsabilidad sobre las condiciones locales que contribuyen a la violencia. Como destaca Fernando Carrión en su análisis de las ciudades latinoamericanas, la violencia no es una anomalía exógena que puede “importarse”, sino un fenómeno socioespacial que se construye a partir de interacciones y desigualdades internas​.

Cada ciudad y región tiene sus propias dinámicas de violencia, y Querétaro no es la excepción. Culpar a Guanajuato de los homicidios registrados en áreas como Centro Sur y Juriquilla es reducir el problema a una explicación limitada. Esta retórica es, en realidad, una forma de evitar enfrentar las fallas internas en políticas de seguridad y justicia social que perpetúan las condiciones para la violencia.

Problemas compartidos, no aislados

El pensamiento de que los problemas de Guanajuato no conciernen a Querétaro es falaz y peligroso. Ambos estados comparten no solo una proximidad geográfica, sino también lazos económicos y sociales que los interconectan. Ignorar esta realidad perpetúa una narrativa de "nosotros aquí, allá ellos", que fragmenta aún más y alimenta el ciclo de desconfianza y rechazo.

La violencia, la falta de oportunidades para los jóvenes y el incremento de actividades ilícitas no se detienen en las fronteras administrativas. En un contexto de alta movilidad, tanto de personas como de recursos económicos, los problemas de seguridad demandan enfoques que reflejen esta realidad compartida. Es crucial que las políticas públicas consideren a Querétaro y Guanajuato no como entidades aisladas, sino como parte de un sistema interdependiente donde las dinámicas de seguridad están intrínsecamente ligadas.

En lugar de deslindarse de los problemas de estados vecinos, los gobiernos locales deberían buscar soluciones coordinadas y sostenibles, que respondan tanto a las particularidades de cada región como a las realidades del entorno que comparten. La violencia no es solo una cuestión de cifras y políticas; es un fenómeno que impacta a las personas y comunidades interconectadas.

Lo que pasa en Guanajuato nos interesa a todos

La tendencia a minimizar la violencia en ciertas regiones utilizando a Guanajuato como punto de referencia es más que un error de percepción; es una estrategia que ignora cómo los problemas de un estado afectan a todos. Guanajuato es fundamental para México, no solo por su importancia industrial y cultural, sino porque los desafíos que enfrenta son, en muchos sentidos, un reflejo de las dificultades y carencias compartidas en otras partes del país. Los problemas de violencia no respetan fronteras, y lo que ocurre en Guanajuato debería importar en Querétaro, en Sinaloa y en cualquier rincón de la nación.

Lo que sucede allí no es un caso aislado, sino una muestra de lo que también puede surgir en otras regiones si no se enfrentan las raíces estructurales de la violencia con un enfoque integral y compartido. En lugar de utilizar a Guanajuato como un indicador negativo, es necesario entender que sus problemas son, en cierta medida, también los nuestros y que solo con un enfoque que considere a todos podremos avanzar en la dirección correcta.

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