La historia tiene todos los elementos de un thriller internacional: diplomacia, intereses entrelazados y un protagonista que, lejos de permanecer en las sombras, ha sido un actor activo desde el inicio. La última carta de Ismael “El Mayo” Zambada suma un nuevo capítulo a esta novela que se desarrolla entre Washington, Ciudad de México y Culiacán, con giros que parecen salidos de una película. Pero esto no es ficción.

Desde que Trump regresó a la contienda política, la relación entre México y Estados Unidos ha entrado en una fase singular y complicada. Su estilo de negociación agresiva, implacable en la forma pero selectivo en el fondo, ha obligado a la presidenta Claudia a moverse como una surfista en un mar de olas bravas. La relación entre ambos países se centra en dos ejes: seguridad y comercio. Cuando estos se cruzan, las tensiones aumentan y las decisiones dejan de ser solo gubernamentales para convertirse en movimientos estratégicos que afectan a un entramado de intereses que trasciende administraciones.

Esta semana, la novela tuvo momentos que marcarán la trama en los próximos meses. Primero, Andy López Beltrán, hijo del expresidente AMLO, aterrizó en Culiacán y se reunió con el gobernador. Oficialmente, su visita tenía un propósito partidista: sumar al mandatario a las filas de Morena. Sin embargo, en política pocas cosas son lo que parecen a simple vista. A los pocos días, Trump reapareció en los medios con un mensaje inesperado: reveló que había sostenido una llamada con su homónima en México y la colmó de elogios por una idea supuestamente innovadora: hacer publicidad para prevenir el consumo de drogas. Pero la clave no estaba en lo que se dijo, más bien en lo que se vio. Trump estaba satisfecho. Algo había negociado con la presidenta y, por su expresión, el trato le favorecía. Horas después, la respuesta fue inmediata y brutal: operativos en Culiacán que derivaron en detenciones y en una ciudad de nuevo sumida en el pánico.

La carta del Mayo pone a la presidenta en una encrucijada. No se trata solo, como algunos dicen, de si le da más atención a esta que a otras demandas. Esa es una lectura demasiado simple. Lo que Zambada denuncia es grave. Afirma que fue secuestrado en México y trasladado ilegalmente a Estados Unidos bajo un plan estadounidense diseñado para impedir que pudiera beneficiarse de la ley de extradición. Si su versión es cierta, el gobierno mexicano tendría que pedir cuentas. Pero la carta va más allá de un reclamo. Es una jugada de ajedrez que deja a la presidenta en una posición complicada. La amenaza no está escrita en palabras explícitas, pero está ahí: la posibilidad de revelar nombres, conexiones y acuerdos con políticos y funcionarios de gobierno. Perder esta partida significaría más que un revés, dejaría al gobierno expuesto, sin una torre que proteja sus movimientos o, peor aún, con la reina atrapada sin salida.

Zambada sigue jugando sus cartas con la mirada puesta en el futuro: su familia, su legado, sus hijos. A sus 77 años y con la salud deteriorada, su interés parece ser menos su vida y más lo que dejará tras de sí.

Lo que suceda en Sinaloa en los próximos meses será clave. La reconfiguración del poder en el estado, las detenciones, los movimientos en el mapa criminal, nos darán pistas sobre si estamos ante un nuevo equilibrio o frente a un escenario de mayor inestabilidad. No es solo el destino de la entidad lo que está en juego, sino el rumbo que tomará la política de seguridad de la presidenta. Porque más allá de los planes y discursos, la orientación de un gobierno también la dicta el curso de los acontecimientos.

Académica de la UNAM

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