Hace unos días, trascendió en los medios la noticia de un posible recorte presupuestal a las universidades públicas, entre ellas la UNAM. Aunque posteriormente se corrigió esta propuesta, la polémica puso de nuevo en el centro de la discusión el papel de estas instituciones en la sociedad. Más allá de su labor evidente en la generación de conocimiento y la innovación, así como su función en la movilidad social, surge una pregunta crucial: ¿Cuál es la responsabilidad de la universidad pública en una realidad social compleja como la que enfrenta México?

En redes sociales, la defensa de la universidad pública se articuló desde diversas perspectivas. Por un lado, se subrayó su papel como pilar de desarrollo científico y tecnológico, esencial para un país que se encuentra en la categoría de economía emergente. Por otro lado, se destacó su capacidad para cambiar vidas: en la UNAM, por ejemplo, una proporción significativa de estudiantes son la primera generación en sus familias en acceder a la educación superior. Sin embargo, hay un rol menos evidente pero igualmente crucial: la contribución de la universidad a la esfera cívica y al debate público.

En un país marcado por la violencia, la desigualdad y los retos democráticos, la universidad pública tiene un papel irrenunciable como espacio de reflexión crítica y como agente de transformación social. No se trata solo de producir conocimiento, sino de articularlo en el contexto de los problemas sociales más urgentes. Como señala Carlo Tognato en The Civil Life of the University, la universidad es también un enclave civil, un lugar donde se forma ciudadanía capaz de cuestionar, debatir y construir colectivamente alternativas para la sociedad.

En este sentido, los académicos no podemos refugiarnos en nuestros cubículos ni limitar nuestra actividad al aula. Debemos salir al encuentro de la realidad, interpelarla y, desde nuestras disciplinas, ofrecer análisis, propuestas y resistencia frente a fenómenos que nos retan como colectividad y exigen lo mejor de nosotros. La universidad pública es un espacio donde se ensayan prácticas cívicas, donde se ejercita el pensamiento crítico y donde las generaciones jóvenes encuentran herramientas para imaginar y construir un futuro distinto. Este compromiso incluye a las y los estudiantes.

La universidad pública y sus investigadores tienen un compromiso con la generación de conocimiento, un esfuerzo que con frecuencia se realiza en silencio: en laboratorios, en proyectos que requieren tiempo y dedicación, o en artículos científicos leídos principalmente por otros especialistas. Este trabajo profundo es fundamental, pero insuficiente. Hoy, más que nunca, la ciencia y el conocimiento deben trascender esos espacios limitados mediante un proceso de traducción que permita integrarlos al debate público. Solo así pueden convertirse en herramientas colectivas para enfrentar los retos sociales, porque los grandes desafíos que nos preocupan, como sociedad, requieren respuestas construidas de manera colaborativa.

La realidad del Bajío

En el Bajío, una región que vive dinámicas cambiantes impulsadas por su crecimiento económico y atractivo para las inversiones, la universidad pública tiene un papel fundamental. Más allá de consolidar a la región como un lugar competitivo para la industria, la universidad debe contribuir al fortalecimiento de su capacidad para generar conocimiento, no solo en áreas tecnológicas, sino también desde las ciencias sociales. Estas disciplinas son clave para analizar los retos de la región y aportar soluciones que fomenten un desarrollo más equilibrado y sostenible. Este compromiso lo asumimos desde la ENES Juriquilla, en el campus de la UNAM en Querétaro.

Investigadora de la UNAM.

Campus Juriquilla

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