Han pasado los catorce días que la orden ejecutiva de Donald Trump estableció como plazo para que el Fiscal General y el Secretario de Seguridad Nacional avanzaran en la designación de ciertos grupos delictivos como organizaciones terroristas. Más que una estrategia bien delineada, este primer movimiento parece diseñado para enviar un mensaje inmediato a su base electoral. Trump, fiel a su estilo, ha entrelazado en una sola narrativa tres temas que le han dado réditos políticos: la pérdida de empleos industriales, la crisis de salud por el consumo de drogas y la creencia de que la inseguridad en Estados Unidos es un problema importado. La referencia a una ley de 1978 (Alien Enemies Act) para justificar medidas contra la delincuencia organizada muestra que sus prioridades están marcadas por la necesidad de mantener vivo el miedo, esa herramienta infalible en tiempos de campaña y, tal vez, la llave para algo más grande: su legado. Porque, ¿qué más podría desear un hombre como él, cuyo narcisismo no se conforma con un regreso triunfal a la Casa Blanca, sino que busca inscribirse en la historia como el líder que “salvó a América” de sus supuestos enemigos internos y externos?
La imposición de un arancel del 25% a los productos mexicanos es una prueba de que sus amenazas sí pueden transformarse en acciones con consecuencias reales. Durante años, hemos preferido ver sus declaraciones como gestos mediáticos o simples provocaciones, pero el golpe económico ya está sobre la mesa. Nos queda la duda razonable de si Trump, más que político, sigue siendo el empresario que entiende que América del Norte opera como una fábrica interdependiente, donde cada país cumple una función insustituible en la cadena de valor.
México, y en particular estados industriales como Querétaro, son piezas fundamentales en esta maquinaria. En 2022, Querétaro exportó más de 15 mil millones de dólares en productos, de los cuales 12 mil millones tuvieron como destino a Estados Unidos. Partes de vehículos, equipos de refrigeración y maquinaria especializada fluyen diariamente entre ambos países, sosteniendo miles de empleos en el proceso. A la vez, Querétaro importa de Estados Unidos más de 7 mil millones de dólares en insumos clave para su industria. Romper esta sinergia no solo afectaría a México, sino que provocaría disrupciones en sectores estratégicos para la economía estadounidense.
Por otro lado, pensar que la compleja relación entre gobiernos, empresarios y grupos delictivos puede deshacerse con un decreto es ingenuo. Estos vínculos han evolucionado a lo largo de décadas en ambos lados de la frontera, entrelazando intereses que trascienden estructuras de poder difíciles de desmontar y que prosperan en el ciclo del prohibicionismo y la llamada guerra contra las drogas. En este juego de presiones y decisiones unilaterales, la narrativa del combate al narcotráfico parece más una táctica de negociación que una estrategia real de contención. Lo que realmente busca es consolidar una base de apoyo que lo impulse, si las circunstancias le favorecen, a un sitio privilegiado en la historia. No en la de los políticos, sino en la de los salvadores, esos que están convencidos de que el mundo les debe un pedestal.
Académica de la UNAM