Estos últimos días del año, que son clásicos momentos de reflexión, nos tomamos el tiempo para convivir en familia y con amistades, pero también para meditar sobre los acontecimientos que fueron más significativos. Reflexionamos sobre las dificultades, pero también en cómo logramos salir adelante. Este ejercicio de introspección y resiliencia cobra mayor importancia con el paso del tiempo y la llegada de la madurez. Cuando somos muy jóvenes, el tiempo se percibe de otra manera: hay tanto por delante, tantos estímulos y experiencias que vivir, que nos sentimos fuertes e invencibles. Nos parece una pérdida de tiempo detenernos a meditar, a examinar nuestras propias decisiones y preguntarnos qué nos motiva y cómo podríamos haberlo hecho mejor.
Querétaro, como sociedad, también enfrenta un momento de madurez en el que es necesario reflexionar sobre lo vivido este año. Los acontecimientos recientes son señales inequívocas de que su estructura está cambiando. Una parte de Querétaro se aferra al pasado, a una estabilidad que percibe como ideal y segura. Esta visión busca recrear un tiempo que considera mejor, sosteniendo con obstinación esa idea. Sin embargo, otra parte de Querétaro entiende que nada es estático, que el cambio es una constante también en la vida de las sociedades. Este sector sabe que es vital leer las señales, diagnosticarse con precisión, reconocer las situaciones y abrirse a nuevas posibilidades. Solo desde el pensamiento creativo, ese que se atreve a mirar “fuera de la caja”, se pueden encontrar respuestas adaptativas.
El año que termina dejó a Querétaro enfrentando retos que pusieron a prueba su capacidad de adaptación: mientras su crecimiento económico mostró dinamismo y atractivo, la desaceleración en la generación de empleos evidenció la urgencia de estrategias para atender la creciente demanda laboral y garantizar el bienestar de las familias. En cuanto a competitividad, el estado enfrenta el desafío de mantener su posición, exigiendo innovación constante y desarrollo en infraestructura para adaptarse a un entorno global cambiante.
Entre los desafíos más apremiantes destacan los relacionados con la seguridad y justicia, que requieren atención prioritaria para garantizar la paz social. Aunque Querétaro figura entre los diez estados con menores cifras de homicidios, esta posición refleja más las carencias generales del país que una auténtica fortaleza local. Con más de 160 homicidios dolosos reportados hasta noviembre, según el SESNSP, Querétaro cierra el año con una tasa superior a los 6 por cada 100 mil habitantes. Si me permiten la comparación, podríamos decir que este indicador es apenas mayor a la tasa mundial de homicidios y se encuentra en una escala “media” cuando se evalúa a los países y regiones.
Por otro lado, el desarrollo urbano sigue siendo un desafío crítico. El modelo actual ha generado costos públicos y sociales significativos, haciendo de Querétaro una ciudad costosa, donde la producción de vivienda asequible ya no es viable y la prestación de servicios básicos, como el mantenimiento vial, se ha vuelto insostenible. Es imperativo cuestionarnos cuándo se priorizará un desarrollo urbano integral que verdaderamente mejore la calidad de vida de sus habitantes.
Así, cerramos el año con la sensación de que algo ha cambiado. No solo en los indicadores económicos o en los eventos que marcaron las agendas políticas, sino también en la conciencia colectiva. La reflexión no es una simple pérdida de tiempo; es una herramienta para proyectarnos hacia el futuro. Querétaro necesita aprovechar su madurez para replantearse, adaptarse y abrirse a nuevas posibilidades. Este ejercicio no solo es necesario, es urgente.
Investigadora de la UNAM