Al igual que el cuerpo humano, el cuerpo político también puede enfermarse. En los asuntos del Estado, los problemas o males que nacen en el cuerpo político, sugiere Maquiavelo en El Príncipe, se curan pronto si se les reconoce con antelación, pero si por soberbia, interés, ignorancia, o lo que es peor, un simple olvido, no se les reconoce a tiempo y se les deja crecer de forma tal que afecten a la sociedad la enfermedad se convierte en incurable y puede ser mortal.
México atraviesa una crisis de Estado que no fue diagnosticada a tiempo. Las principales funciones políticas, económicas y sociales que puede y debe garantizar cualquier Estado en una república (seguridad pública, crecimiento económico, bienestar social, etcétera) se han puesto hoy en tela de juicio.
En efecto, el Estado mexicano ha perdido la soberanía en amplias zonas del país las "zonas marrón" descritas por Guillermo O'Donnell que son controladas de facto por el crimen organizado ligado al narcotráfico.
En diferentes entidades se vive una suerte de guerra civil cotidiana que se traduce en decenas de muertos diarios entre delincuentes, militares y civiles; en la puesta en práctica de estados de sitio; en compras de pánico; en extorsiones en dinero y en especie a comerciantes y a pequeños, medianos y grandes empresarios por parte de los narcotraficantes.
La sociedad mexicana, al mismo tiempo, sobrevive entre el miedo y el desencanto por la inseguridad, desempleo, falta de oportunidades educativas y de salud, deterioro de salarios y pensiones. Hay sensación de desánimo y derrota.
En una normalidad democrática son importantes los datos biográficos y el desempeño de las personas que participan en la elección presidencial. En México, esa normalidad democrática esta desvirtuada por el discurso que cada mañana hace el presidente de la República, estigmatiza la pluralidad y a quienes la promueven y defienden.
Una candidata va por la continuación de esa estigmatización y la otra reúne a quienes buscan frenar ese proyecto que señala cualquier expresión de contrapeso al ejercicio presidencial, lo que hace que más allá de la biografía, experiencia y profesionalismo de las personas candidatas, la pelea electoral se encuentra aún más determinada por lo que representan.
Con los resultados de las elecciones sabremos cuántos mexicanos están o no de acuerdo con el actual proyecto gubernamental que aspira a la unanimidad política y que ve en jueces, magistrados, ministros de la Corte y organismos autónomos como el INE, el Inai y el Sistema Nacional Anticorrupción obstáculos que deben eliminarse.
Por lo pronto, las campañas tienen la oportunidad de capitalizar lo que está sucediendo en diversas entidades de la República. En Chiapas varios municipios sufrieron la reducción o suspensión de actividades a causa del avance del crimen organizado.
En Campeche, decenas de manifestantes recorrieron las calles para exigir la renuncia la secretaria de Seguridad Pública. Como respuesta a la negativa de la gobernadora a protesta se intensif ica en un ambiente de descontento social y político, donde los reclamos por mejoras en las condiciones laborales y de seguridad se han tornado exigencias de cambios profundos en la administración.
Veracruz es un estado fallido por indolencia, falta de capacidad y constante violación a la ley por parte del gobernador, las familias veracruzanas viven con angustia y con miedo; el estado se encuentra en una crisis constitucional.
En otras entidades federativas mientras la pluralidad pierde su carta de normalización, ésta se instala en las balaceras, el cobro de piso, los levantones en territorios donde grupos delincuenciales mandan, los negocios al amparo del poder y el incumplimiento de la veda que a los gobernantes impone la ley electoral en tiempos de campaña.
Así que de eso se trata la elección que viene: de avalar o rechazar este cambio de normalizadas realidades. (Continuará…)