Estoy seguro que muchos hemos escuchado relatos de personas comunes que han logrado cosas extraordinarias, deportistas de alto rendimiento con historias de vida complejas pero increíblemente inspiradoras; empresarios cuya tenacidad, disciplina y arrojo fructificaron para construir grandes emporios, desarrollando a su paso nuevas industrias y mercados; o las sensibles y emotivas vidas de líderes sociales, cuya valentía, sacrificio y entereza transformaron libertades y mejoraron sensiblemente la convivencia humana. El común denominador, transformaron —“tocaron”— positivamente la vida de las personas.

Con esta idea en mente, estoy seguro que en la cabeza de cualquiera de nosotros, igualmente personas comunes y corrientes, en algún momento de nuestra vida, ha cabido la pregunta: ¿qué puedo hacer yo por mi país?, ¿qué puedo dar a mi comunidad?, o simplemente, ¿qué puedo hacer por aquellos que me rodean? Preguntas simples pero, de repente, difíciles de responder.

Hace unos días, veía con una curiosidad diferente la historia de Nicolás Winton, un británico que en tiempos de la segunda guerra mundial, encontró formas de salvar la vida de cientos de niños —669 para ser exactos— de origen judío que vivían en un campo de refugiados en Praga de la entonces Checoslovaquia, cuando salieron de la creciente ocupación de Alemania y Austria.

A lo largo de los años, en los que se esforzó por ocultar y movilizar los infantes, Nicolás solo tuvo en mente, desde su trinchera, cómo podía influir positivamente y salvar a estos niños marcados por su origen. salvarles la vida fue una tarea titánica que requirió el buscar hogares adoptivos, gestionar traslados con diplomáticos de otros países, principalmente norteamericanos y recursos provenientes de diversas fuentes, entre muchas otras cosas, para lograr el cometido.

En resumen, se esforzó por sortear infinidad de obstáculos arriesgando todo para salvar a tantos niños como le fuera posible, sin buscar reconocimiento alguno.

Más de 50 años después, por azares del destino, sus registros y la historia detrás de todo lo que llevó a cabo salen a la luz y llegan a manos de una cadena televisiva que decide sorprenderlo y agradecer públicamente la hazaña humanitaria. El auditorio, varias centenas de niños, ahora adultos, se levantaron de su asiento para agradecerle públicamente, en cadena nacional, por haberles salvado la vida.

Este martes #DesdeCabina me pregunto: ¿cómo reaccionamos a los retos que enfrentamos cotidianamente? ¿cómo nos involucramos en las problemáticas en las que podemos ayudar y dar sin esperar nada a cambio? ¿cómo podemos ayudar y ser útiles a los demás a través de nuestros talentos y capacidades? ¿qué tan dispuestos estamos a gestionar y resolver en favor de los demás antes situaciones aparentemente imposibles? Muchas interrogantes y, a veces, pocos o nulos motivadores.

Otro británico, involucrado igualmente en la segunda guerra mundial, Sir Winston Churchill dijo —y me permito parafrasear— “…desafortunadamente en estas épocas, los hombres se ocupan más en ser importantes antes que ser útiles…”. Que diferente sería el mundo si nos detuviéramos a priorizar la utilidad a la importancia en nuestras acciones y palabras. Salvar niños, transformar organizaciones, ayudar a los más necesitados, tomar decisiones correctas en favor de su utilidad y no de la importancia que generen en la personas. Que increíble sería si nos detuviéramos a pensar en lo que viene antes de ser importantes.

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