Desde hace dos años que llegué al quinto piso, con muchos de mis compañeros me permito —una más de mis suficiencias…—, llamarlos muchachos; ya puedo nombrarlos así porque en muchas de las reuniones, proyectos o comitivas ellos son mayoría. Disfruto sobre manera escuchar y aprender de ellos, dejar que sus anhelos, temores y uno que otro proyecto futuro se asomara en una conversación y permitiera irrumpir en los discursos laborales en exceso. Seguro así me vi hace más de 30 años, alargando mis sueños al calor de una plática.

Hoy que, como más de 140 millones de mexicanos, nos disponemos a “disfrutar” las festividades patrias, en un aniversario más de la independencia de nuestro hermoso y vapuleado país, reflexiono Desde Cabina sobre esas prácticas “superfluas” y a veces prescindibles en que los mexicanos nos disfrazamos de mexicanos para celebrar una noche mexicana en México. Me pregunto si esto significa ser mexicano.

No quiero esta semana #DesdeCabina ser un “grinch” o aguafiestas, más bien quisiera aprovechar estos tiempos turbulentos, en donde las noticias cotidianas versan sobre si continuaremos con un país gobernado en un ambiente democrático, con división de poderes, con personajes políticos que se interesen en ser útiles antes de ser importantes y en donde México, como lo conocemos, lleno de contrastes, riquezas y diversidades se mantenga como una esperanza por construir todos los días.

No podemos perder esa esperanza, la de reconstruir a ese México de pueblos mágicos; de megaricos, narcos y gobernantes excelsos que “viven” por y para México pero que más bien parece que destruyen cada que sale una decisión acción u omisión de su parte. Ya no me ayudes compadre, pareciera ser la frase que los describe atinadamente.

Cuantos de nosotros quisiéramos, no sólo vestirnos con paliacate y sombrero charro para celebrar que la desigualdad en México es cosa del pasado, agradecer a todo el Poder Legislativo que por fin la políticas educativas ven por los intereses nacionales y no por los sindicales, que las grandes obras de infraestructura no son sólo transparentes en su ejecución (es un obligación de los funcionarios a cargo) sino que además su justificación es plena y congruente con el bien común, no sólo con minorías; a cuantos no nos gustaría celebrar que la salud y su cobertura universal se ha vuelto discusión histórica y no más un gran anhelo popular por no decir una apuesta política.

Creo fervientemente que, como lo han hecho decenas de administraciones municipales, estatales y federales, el bien común debe ser la bandera que nos debe de pintar de verde, blanco y rojo a todos, no solo a unos cuantos.

Estoy cierto que las diferencias, excesos y falsas intenciones (de cualquier administración que podamos nombrar) han provocado las grandes divisiones nacionales, pero también estoy convencido, que las grandes naciones surgen y se fortalecen en el seno de sus diferencias, en la discusión acalorada pero respetuosa, en la legislación congruente, responsable y oportuna y, sobre todo, en el ejercicio pleno de la democracia que le da vida, libertad y viabilidad a cada ciudadano de una nación. #DesdeCabina quiero ya vivir a México.


@Jorge_GVR

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