Seguramente algunos de mis lectores podrán opinar duramente respecto de algunos aspectos de mi visión romántica de las cosas, déjenme decirles que yo mismo soy rudo inclusive sobre esto, pero hablando con total franqueza es verdaderamente difícil que pueda sustraerme y no reflexionar sobre aquellas razones profundas -no ocultas- que la mayoría de las veces son de amplio impacto, pero que de no hacerlas consientes como parte de los principales motivadores para efectuar acciones, construir proyectos o resistir -a veces estoicamente- embates contrarios, pueden distraer y hasta confundir el por qué uno se involucra, se compromete o incluso “aguanta” las situaciones complejas que se viven día con día durante la gestión de grandes proyectos, programas o dependencias. Empecemos.

Hace algunos días compartía un café con una buena amiga, hoy titular de un programa de gran impacto para un municipio del estado de Querétaro y más allá de la catarsis natural que muchos funcionarios hacemos mutuamente cuando tenemos oportunidad y cuando nos encontramos frente a ciertas encrucijadas, me compartía lo transcendente de su labor al frente del programa, el gran impacto que ha podido desdoblarse para cientos de mujeres, que se han visto beneficiadas de las acciones derivadas de este instrumento de política pública creado por ese gobierno municipal.

La conversación se tornó más interesante cuando, ante el inminente cambio de la administración estatal, lejos de que los proyectos se pongan en riesgo, se autocuestiona la propia continuidad por las razones verdaderas, esas motivaciones que hacen que uno se despierte diariamente con el entusiasmo para librar cualquier inconveniente y mostrar un liderazgo férreo y disciplinado que haga que las cosas sucedan a pesar de aquellos que se empeñan en hacer que no sucedan.

Este martes #DesdeCabina comparto extractos parafraseados de nuestra conversación justamente por lo transcendente que se vuelve el hacer las cosas o mantenerse en los proyectos por las razones correctas, no por el salario, por la ganancia de adeptos -hoy seguidores en redes sociales-; tampoco por ganarse estrellas a lo largo del tiempo que se asume la responsabilidad, sabedores de que los éxitos o estrellas ganadas serán suficientes en cantidad y calidad para mantener el ritmo de crecimiento o encumbramiento político; mucho menos para hacerse rico con prácticas poco éticas durante el ejercicio de la responsabilidad.

Las razones correctas, concluíamos ella y yo, son esas que permiten servir a los demás a través de nuestras decisiones, durante la implementación de los proyectos y sus resultados, con la cercanía y empatía que tengamos con el equipo para transmitir y hacer que los recursos públicos sean adecuadamente utilizados, en el entendido que nuestras acciones son un reflejo de la vocación que descubrimos hace ya algún tiempo y el nivel de responsabilidad que fuimos construyendo como funcionarios a lo largo de los años.

Hacer lo correcto, apoyar con el poder y facultades otorgadas por quienes nos invitaron y nombraron en el cargo, así como la oportunidad de ser útiles a los demás son las mejores razones, quizá difíciles de cumplir hoy en día, pero correctas al fin.

@Jorge_GVR

Google News