Seguramente un porcentaje de personas que me conoce, sabe que soy ingeniero de profesión con algunos otros estudios sobre instrumentación y control, así como de administración y alta dirección; sin embargo, para aquellos que han oído poco o nada de mí, les comparto que mi formación como Ingeniero en Electrónica ha modelado mi vida en el sentido más amplio de la frase, y me gustaría explicar por qué. Para empezar, es importante entender que el referente natural de la Ingeniería Electrónica es la Ingeniería Eléctrica, en donde la física de la generación y transmisión de energía eléctrica, los materiales conductores tradicionales y sus arreglos dominaron la escena hasta que hicieron su aparición los semiconductores durante las primeras décadas del siglo pasado y, formalmente, cuando nace el transistor hacia 1947, a partir del dopaje (contaminación con un elemento químico de naturaleza aislante) de una oblea de silicio.
No se trata de contradecir a los teóricos que indican que la electrónica vio la luz a partir del efecto Edison en 1883, pero sí identificar que esa electrónica que todos conocemos surge a partir de la existencia de los circuitos integrados cuya evolución provoca la miniaturización, permitiendo un nivel de integración, gestión de energía y programación tales, que hoy no percibimos por la naturalidad con la que hemos incorporado la tecnología, en su mayoría controlada por sistemas electrónicos, a nuestras vidas.
Hoy #DesdeCabina quiero hacer una breve pausa para reconocer todo eso dominado por la electrónica, e incluso aquello que muy veladamente ya se ha introducido en nuestras vidas de manera subrepticia. Para empezar, la vida sin los electrodomésticos sería diferente, sin duda; calentar la leche o la comida del medio día para la cena no sería tan “accesible” y práctico sin la existencia de los hornos de microondas, esos aparatos que hoy son tan cotidianos y naturales que ni siquiera lo notamos; los televisores o más bien dicho hoy, pantallas inteligentes, hacen mucho más simple la gestión de contenido, el acceso a plataformas de streaming y la reproducción de películas que ya no son físicas (almacenadas en algún medio óptico o físico); los electrodomésticos para barrer y trapear la casa, pequeños robots con interesantes niveles de succión, lavado, pero con altas capacidades tecnológicas como radares, cámaras y sensores que, aunados a software e inteligencia artificial, asisten de forma muy respetable las actividades de aseo —no la sustituyen—. Y podría seguir enumerando muchos más artilugios y dispositivos electrónicos, como celulares, tabletas, bocinas, procesadoras de alimentos, equipo deportivo, autos, aeronaves, en fin, la lista es interminable.
Pero la idea de esta colaboración quasi semanal no es enumerar los avances de la electrónica —hoy presente en una infinidad de aspectos de nuestra vida personal o profesional—, sino en qué tanto somos conscientes de su presencia y qué tanto nos permitimos participar en su incorporación a nuestra vida cotidiana, qué tanto nos “apresuramos” a entenderla, asimilarla y a utilizarla en nuestro propio beneficio.
Cuando decía, al inicio de esta colaboración, que la electrónica había modelado mi vida en un sentido amplio de la expresión es porque en términos concretos, mi “Yo electrónico” nace desde que elegí mi carrera en Ingeniería Electrónica y desde entonces, la electrónica, como diseñador o como usuario, siempre me ha acompañado, en la primera tablet, PC que tuve la oportunidad de probar, el primer dispositivo digital de asistencia personal (PDA, por sus siglas en inglés), de los primeros teléfonos inteligentes, o de los primeros autos eléctricos. Y ustedes, ¿qué tanto y qué tan rápido asimilan la tecnología?