Siempre he creído que equivocarse representa una gran oportunidad de crecimiento, de autoreflexión y análisis, esta oportunidad igualmente demanda una gran dosis de humildad. Reconocer los propios errores debería ser una competencia suave para desarrollar a temprana edad. No es nada fácil si nos detenemos un poco a reflexionar sobre ello.

Hoy, a escasos días de haber concluido el periodo del ejercicio democrático más esperado por los mexicanos en este nuevo milenio, las elecciones presidenciales de nuestro país; no celebro y es más me entristece ver la polarización que se ha generado entre los mexicanos, las discusiones acérrimas entre millones de nosotros y lo que es peor, el discurso generalizado de resentimiento y sed de transformación por no decir destrucción que circula en el ambiente.

Sin embargo, me quedo también con una sensación de incomodidad, pena o no se qué, respecto de aquello que las diferentes administraciones estatales y federal no han podido lograr, cuestiono lo que hemos olvidado -puesto que también he sido funcionario público durante varias décadas- y sobre todo, aquellos reclamos y necesidades que no se han podido responder por más esfuerzos de política pública y programas sociales y sectoriales existentes a lo largo de más de una centena de años en que contamos con gobiernos democráticamente electos. ¿Qué no hemos hecho aún?, ¿qué no hemos podido atender?, ya no digamos en su totalidad, si no medianamente aunque sea. Estoy cierto que ha habido muchas cosas que no se han atendido, voces que no se han escuchado, programas o proyectos que no han cumplido su propósito, hasta el día de hoy, pero eso no ha significado que no se ha avanzado. Ha habido muchos aciertos y no pueden ni deben ser olvidados.

Meses previos al pasado 2 de junio, observaba con cierta incredulidad cómo diferentes conocidos y amigos cercanos se decantaban abierta e incluso públicamente respecto de las propuestas transformadoras actuales apoyando programas e iniciativas que no pretendo calificar este martes #DesdeCabina, porque no me corresponde hacerlo, olvidando -o así me ha parecido- lo que ha sucedido anteriormente y peor aún no observando los increíbles riesgos que puede estar viviendo el país en los próximos años.

Estoy de acuerdo en que no ha habido programas, proyectos o políticas públicas perfectos, -incluso ahora-, pero si me preocuparía que esos fueran los argumentos -entendiendo que puede haber muchos otros- para pretender transformar y quizá retroceder cuando se han logrado avances significativos en grandes rubros en el país. En verdad me preocuparía que esté sobre la mesa la reorientación o desaparición de instituciones, las modificaciones sustanciales a políticas económicas, de educación pública, de acceso a la salud o las de seguridad pública, entre otras, entendiendo y nuevamente reconociendo que no han sido perfectas, pero las estadísticas internacionales -difícilmente manipulables- no pueden estar totalmente equivocadas ya que sería tanto como reconocer que la perfección en los modelos económicos y de gobierno sí existe, nada más lejos de la realidad.

Me inquieta que el poder por el poder transforme destruyendo a su paso. Entiendo que cambiar también significa morir un poco, dejar modelos arcaicos, ineficientes y hasta mal intencionados, pero más me preocupa que en el trayecto transformador se desaparezca o se destruya lo ganado durante tantas décadas, y puedo decirlo, porque he sido artífice de gestión de políticas públicas que han probado su efectividad, que aunque perfectibles, cuentan con evidencia nacional e internacional por su impacto. Como ciudadano, me preocupa que el poder transformador destruya. Ojalá me equivoque.

@Jorge_GVR

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