Dedicado a El Sur de Acapulco, en su vigésimo aniversario
Tengo un amigo que hace algunos años creía que los Imecas habían sido una civilización prehispánica del Altiplano. Su ignorancia fue premiada con el apodo de “El Imeca”, que le asestamos desde entonces. Tengo tres días acordándome de él, gracias a la contaminación que atosiga al Valle de México.
El aire está irrespirable desde el jueves, según las autoridades que han decretado la precontingencia a partir del momento en que superamos los 150 puntos Imeca. Los especialistas han definido que tal marca está asociada a la presencia más que preocupante de altos niveles de ozono en el ambiente. Pese al prefijo “pre” que le antecede, las medidas que contempla son draconianas: “La suspensión de actividades deportivas, cívicas, de recreo u otras que expongan a la población al aire libre”. O sea, quédese en su casa. De cualquier manera es probable que su auto sea uno de los 950 mil que tengan el holograma prohibido para circular, o se trate de algún auto con placas de una entidad foránea.
No está claro qué sucederá si la precontingencia continúa durante varios días más. Todos los esfuerzos que hice para abrir la página de la Secretaría del Medio Ambiente del DF o descargar el folleto de Medidas de contingencia en PDF resultaron infructuosos. Quiero pensar que muchos ciudadanos estaban interesados en hacer la misma consulta y terminamos por saturar la página electrónica. Pero la primera “contingencia” que el Distrito Federal tendría que resolver es cómo ampliar su capacidad de ancho de banda cuando se presenta una contingencia.
Lo claro es que, si somos congruentes con nuestra salud, este fin de semana tendría que parecerse a la experiencia de vivir un estado de queda climático. Salir a respirar a un parque, ya no digamos correr o hacer deporte, equivale a comenzar a fumar.
El problema es que nos hemos acostumbrado a vivir (o mal vivir) con la contaminación. Si hace 30 años hubiéramos leído la nota de ocho columnas de este sábado habríamos pensado que se trataba de un titular de ciencia ficción catastrofista. Que la principal nota del día informe que quedan prohibidas las actividades al aire libre, y que su auto no puede circular por razones climáticas, parece más propio de una novela de Aldous Huxley o Ray Bradbury. Para un observador externo (si lo hubiera) el mero titular le haría pensar que se trata de una especie biológica que se encuentra en proceso de extinción.
Y desde luego no se trata de un problema local. The New York Times publicó esta semana que el nivel de dióxido de carbono (clave en el calentamiento global) sigue aumentando, pese a los esfuerzos planetarios para mantenerlo bajo control. La estación de monitoreo ubicada en Hawaii, que toma muestras de aire limpio y fresco que ha circulado por el Océano Pacífico y a miles de kilómetros de las grandes ciudades, informó que se superó el índice de más de 400 partes por millón de dióxido de carbono. Una marca sin precedente en este sitio, y una mojonera internacional para expertos de medio ambiente.
En otras palabras, el calentamiento global sigue su marcha y será un contexto acelerador del smog en nuestras ciudades, ayudado además por nuestra propia incapacidad para controlar lo factores locales de contaminación. En efecto, los Imecas no son una etnia extinta, pero sí un indicador de la extinción a la que están condenadas muchas de las actividades de la vida diaria.
#YoSoy132 un año
Ciertamente el movimiento #YoSoy132 está en agonía, pero un balance en su primer aniversario tendría que ser positivo. César Alan Ruiz, uno de sus protagonistas, lo dice de manera categórica: “Siendo autocríticos, mucho de lo que rechazamos sigue igual, pero los que participamos nos sentimos totalmente diferentes… Encontrarnos nos salvó de nunca llegar a conocernos”.
Los movimientos sociales no deben ser evaluados por su permanencia o estabilidad, sino por el efecto acumulativo que genera en la cultura de la participación y protagonismo de la sociedad en los asuntos públicos. #YoSoy132 o el movimiento de Sicilia podrán haber sido emergencias efímeras, pero el efecto acumulativo va fortaleciendo el músculo de la sociedad para participar en la construcción de la historia. Gracias por ello.
Economista y sociólogo