Nadie avisó a los cárteles mexicanos de la droga que había comenzado un nuevo sexenio. O, por lo menos, éstos no se dieron por enterados. Las estadísticas del primer mes de gobierno de Enrique Peña Nieto muestran que el numero de ejecutados se mantiene al mismo ritmo que en el pasado.
Desde luego es demasiado pronto para exigir algún cambio en el comportamiento de este cáncer tan arraigado en la sociedad mexicana. 30 días no alcanzan para cambiar no sólo el tema de la inseguridad sino cualquier otro. La tasas de empleo no saben de nombramientos sexenales. Pero es cierto que en política mucho tiene que ver con percepciones. Y, sin duda, la llegada de la locomotora priísta al gobierno generó la sensación de que algo había cambiado. Las estadísticas de la nota roja han sido un baño de agua fría para mostrar que lo importante sigue allí.
Calderón se equivocó en muchas cosas, pero estuvo en lo cierto cuando escogió el tema del narcotráfico para intentar dar un campanazo en la opinión pública al principio de su sexenio. En los diarios los temas de violencia ocupan la mitad de las páginas dedicadas a las noticias nacionales. Impactar en la agenda de inseguridad es la manera más rápida de hacerse notar. Y la más peligrosa, como muy a su pesar descubrió Calderón, porque en lugar de reducir el avispero lo alborotó.
Para desgracia del nuevo presidente, el número de muertos constituye una métrica difícil de ignorar. El gobierno ha dicho que la única solución a fondo al problema de la inseguridad pasa por la prevención, la mejoría a fondo de las policías y el saneamiento del sistema de justicia. Tiene razón. Pero todo ello constituyen procesos de largo plazo. Me temo que el gobierno estará presionado a ofrecer resultados mucho antes que eso, lo cual nos lleva a un plan B de emergencia. Y eso, a su vez, al terreno de lo posible e inmediato. Las nuevas autoridades encaran el viejo tema de concentrar el combate allá donde sea más efectivo de cara a encontrar resultados expeditos.
En otras palabras, el gobierno tendrá que preguntarse, como lo hicieron antes los panistas, si hay narcos buenos y narcos malos. ¿Es posible negociar una tregua con el Cártel de Sinaloa, mientras se libra una batalla frontal en contra de Los Zetas? En teoría este último cártel se caracteriza por métodos más salvajes y llamativos, incluyendo la ejecución masiva de inmigrantes, el secuestro de empresarios y la extorsión indiscriminada de comercios. O eso se supone.
Primero habría que ver si la data real soporta tal mito. ¿Hay narcos malos y narcos buenos? O quizá no “buenos” pero tolerables. Se afirma que mientras Los Zetas expolian el territorio y a la población civil, los sinaloenses se integran al tejido social, se codean con el empresariado local, son aceptados en bodas y cumpleaños, y financian obras sociales y hacen donaciones a los curas de pueblo. Mi impresión es que muchas de las diferencias entre ambos cárteles han ido desapareciendo con la feroz lucha. No hay que perder de vista que del Cártel de Sinaloa salieron el Güero Palma o los Beltrán Leyva, no precisamente delincuentes de guante blanco. En los últimos años ha aumentado la violencia en las zonas controladas por El Chapo Guzmán, incluyendo Sinaloa. Sobre todo cuando tal control ha sido amenazado por sus rivales.
El segundo tema es saber si realmente una negociación es factible. Y no me refiero a la existencia o ausencia de canales de conversación. No tengo duda de que hay muchas formas de hacer contacto con los capos, si se quiere. El asunto, más bien, es si hay condiciones para garantizar algún pacto con la supuesta porción “civilizada” del narco. La fragmentación del territorio es tal, que incluso si se llegase a un acuerdo hay pocas posibilidades de cumplirlo. Para ello habría que meter en cintura a los gobernadores, sus procuradores y jefes de policía. Y eso está por verse.
Y finalmente, incluso si hubiese forma de hacer un pacto con otros cárteles para consolidar zonas exclusivas, terminar la lucha cruenta por las plazas, y concentrar la guerra en la eliminación de Los Zetas, habría que preguntarse si tal cosa es posible. Todos sospechamos que Felipe Calderón jugó justamente a eso y perdió. Atacó a La Familia en Michoacán y al ex cártel del Golfo en el noreste, y no pudo con ellos. ¿Podrá Peña Nieto? ¿O será este tema el principio del fin de su luna de miel con la opinión pública?
Economista y sociólogo