Febrero de 2002. Columbia Pictures busca que El crimen del padre Amaro, quinto largometraje de Carlos Carrera, se convierta en un éxito de taquilla. Para calentar motores, meses antes de su estreno nacional, los productores citan a conferencia de prensa en una de las salas de la Cineteca Nacional de la CDMX.

La distribuidora transnacional no escatima recursos: bocadillos, refrescos y litros de café como para permanecer insomnes semanas enteras. Mientras hermosas edecanes de ceñidos pantalones a la cadera reparten un kit de prensa que contiene un CD Rom con fotografías digitales, un pre-trailer para los medios electrónicos y, por supuesto, un boletín con la sinopsis de la película, la semblanza de actores, director y productores y hasta un fragmento de la novela de Eça de Queiroz de donde surgió el filme.

En el comunicado repartido a los medios se lee que antes de iniciar la filmación el actor español Sancho Gracia tuvo que sustituir al también ibérico Paco Rabal en el controvertido papel del padre Benito, el cura tan afecto a las limosnas del narco. No se  especifica el motivo del reemplazo. No es necesario, deduzco que suponen los redactores, pues las razones son del dominio público.

Entre los concurrentes, se observan muy pocos periodistas culturales o especializados en los asuntos vinculados a la llamada “pantalla grande”. La mayoría son reporteros de la fuente de espectáculos. No causa sorpresa, entonces, que cuando comienza la sesión de preguntas y respuestas éstos se miren unos a otros extrañados y no sepan bien a bien qué preguntar. Están acostumbrados a “reportear” sólo los chismecillos de la farándula. Su universo gira en torno a los más recientes silicones de la estrellita “X”, al flamante ligue del pseudocantante “Y”, al último escándalo etílico de la conductora “Z”…

En el presidium, Pedro Armendáriz Jr., Damián Alcázar, Sancho Gracia, Carlos Carrera y los actores de moda en aquel entonces: Ana Claudia Talancón y Gael García Bernal, observan con inquietud a los “comunicadores”, pues la mayoría de las preguntas se dirigen a  estos últimos, y nada tienen que ver con la película: “¿Volverás a hacer telenovelas”?, interrogan a Gael, quien muestra enfado ante el cuestionamiento y responde con monosílabos. “¿Con quién estás saliendo ahora”?, van ahora sobre Talancón, quien, harta, únicamente alza los hombros. Por fin, uno de los clones mentales de Paty Chapoy, Origel  y compañía recuerda, de pronto, el tema de la rueda de prensa y lanza una pregunta, pero ésta resulta muy poco afortunada: “¿En esta película habrá groserías, porque la verdad el público está cansado de que el cine mexicano esté tan lleno de leperadas”?

Entre los actores el disgusto crece. Gael pide el micrófono y arremete con su característica ironía: “No, no habrá groserías; te juro que durante toda la cinta nadie dice la palabra Fobaproa”. Actores y organizadores festejan la ocurrencia. De cierta forma es una especie de desquite ante tanto cretinismo.

Un reportero, flacucho, rostro carcomido por el acné, trajecito de cuadros charoleado de tantas planchadas y corbata con restos de comida también celebra con estruendosas carcajadas.  Ya engolosinado, pide la palabra, se identifica como reportero de una revista donde las telenovelas son la materia prima de la “información”, y muy seguro de sí mismo avienta una interrogante que él considera muy inteligente, pero que es aún menos oportuna que la del colega que lo antecedió: “¿Por qué Paco Rabal no participó en la película?”

Los murmullos invaden la sala. Furiosos, los integrantes del presidium se arrebatan el micrófono. Sin embargo, con su vozarrón de trueno, como si don Paco Rabal hablara por él, Sancho Gracia, rojo de ira, se impone al grito de: “esa me toca a mí, esa me toca a mí”.

—¿No sabes por qué Paco no participó en la película?, dice, grave, el actor nacido en Madrid, pero cuya infancia y adolescencia transcurrió en Uruguay.

—Nooo, dice el reportero, quien seguramente supo de la existencia de Rabal hasta que leyó el boletín entregado en la conferencia de prensa. Es evidente que la seguridad ha desaparecido de su rostro y voltea a un lado y a otro como buscando el apoyo de sus compañeros.

Arriba, en el presidium, Sancho Gracia, “el hermano pequeño de Rabal”, como le gustaba llamarlo el propio actor de Nazarín, suelta con coraje y desprecio: “Paco no está en la película por una simple y sencilla razón… ¿Quieres saberla?...

El tecleador ya ni siquiera responde. Tiene el rostro perlado de sudor, su cuerpo tiembla sin control.

Sancho, sin dejar de mirar fijamente a su interlocutor,  hace una breve pausa y luego acomete: “Paco Rabal no va a actuar en esta película, porque está muerto, imbécil”.

Mientras la indignación de Gracia estalla y los demás actores permanecen  con la seriedad propia de un velatorio, en contraste,  la hilaridad invade el recinto. Sin embargo, muchos de los que se burlan de su colega,  seguramente, hasta hace pocos minutos,  tampoco sabían que don Paco, uno de los mejores actores que España ha dado al mundo, había muerto  medio año antes: el 29 de agosto de 2001, para ser más precisos. (Por cierto, Sancho fallecería también en agosto, pero de 2012.)

PD. Un dato: pese a los reporteros de la fuente de espectáculos, pero con la pequeña ayuda de otros enemigos: los integrantes de la jerarquía eclesiástica, quienes lanzaron una campaña negra contra la película, El crimen del padre Amaro es hoy una de las cintas nacionales más taquilleras del cine mexicano.

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