Tengo una amiga muy querida y respetable que es obradorista. Qué digo obradorista, muy obradorista: cada vez que Andrés Manuel López Obrador fue candidato, votó por él. Pero no es dogmática. No es una ultra. No es una fanática que acata sinrazones. En tertulia le criticaba a AMLO excesos y despropósitos presidenciales, pero si las cosas se ponían candentes, al final defendía su presencia histórica para desmontar el régimen priista, o el prianista, si usted quiere.

Es puma y es de la generación de la Presidenta de México. Siempre combatió el régimen del PRI desde sus variadas trincheras (como estudiante, académica, intelectual y periodista), y también luchó contra el sistema panista que se quería enraizar en el país. Es decir, nadie la puede tachar de “conservadora” ni de “neoliberal” y mucho menos puede ser linchada por hordas de camisas moradas: no hay forma de que le tatúen el estigma de traidora.

Además, es claudista convencida: está segura de que Claudia Sheinbaum puede representar un verdadero gobierno de izquierda, el primero en la historia de México. Mi amiga confía en que las políticas públicas de la Presidenta sean progresistas. Bueno, eso era lo que pensaba hasta que, esta semana, vio con nitidez lo que se avecina contra el Instituto Nacional de Acceso a la Información (INAI): la guillotina política ordenada por AMLO, avalada por Sheinbaum, y en cualquier momento ejecutada por Morena, que es el brazo legislativo de las insensateces más disparatadas del nuevo régimen. No hay matiz alguno: salvo que les venga un súbito ataque de sensatez, van a desaparecer el INAI, el organismo autónomo gracias al cual ellos están en el poder, porque sin esa herramienta, y sus similares de varios estados, nunca se habrían dado a conocer la mayoría de los casos de corrupción del priismo y el panismo perpetrados durante este siglo.

Hay que decirlo claro, me recuerda mi amiga: fueron esos excesos, exhibidos por periodistas, los que generaron tal indignación e ira entre los ciudadanos, que echamos del poder a los priistas y a los panistas. Los sacamos a patadas de Los Pinos. Y entonces, con su humor característico, me narra sus pensamientos recientes:

—¿Sabes? Hace unos días, cuando me cayó el veinte de que van a destazar al INAI a punta de tarascadas, trogloditas hambrientos, enfermos de una insaciable voracidad institucional, locos por acumular poder sin limitación alguna, me preguntaba yo si acaso todo lo que ocurría no era producto de un pasmoso alucine colectivo y en realidad nos gobierna de nuevo Peña Nieto…

—No entiendo tu… ¿metáfora?

—¡Sí! Piénsalo bien: es como si él y sus secuaces hubieran ganado los comicios y el PRI de Peña gobernara otra vez. Es como si existiera la reelección, como si un Trump mexicano gobernara, como si Peña Nieto y La Gaviota estuvieran de vuelta para vengarse de lo que les hicimos por la Casa Blanca…

—Mmmm…

—¡Qué sí! Peña Nieto, es Claudia. Los dos Duarte, el de Veracruz y el de Chihuahua, son Noroña y Monreal. Borge, el de Quintana Roo, es Adán Augusto. ¿Lo ves? Regresaron de ultratumba para exterminar todas las instituciones de transparencia que habíamos construido.

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