A mediados de los años cincuenta, un joven artista empezó su carrera en la metrópoli del arte, París, armado con un estilo personal y extravagante. Yves Klein buscó algo en su vida “un pintor debe pintar una sola obra maestra: a sí mismo constantemente… convertirse en una especie de generador con una irradiación constante que llena la atmósfera con todo su presente pictórico y dejándola en el ambiente tras su marcha; esto es la pintura, la verdadera pintura del siglo XX.
El propio artista jamás aprendió a pintar, sino que era algo innato; su padre era paisajista de la escuela del sur de Francia y su madre una de las primeras pintoras del informalismo en París. Creció rodeado del amor a las “idées forcées” de un espíritu empapado por la libertad artística que admiraba de sus padres y por la protección del “élan vital” más apegado al mundo terrenal y al éxito material. Aquello lo orillaba a tener un conflicto entre el arte abstracto (de las ideas) y al arte figurativo (mundo material).
Yves Klein se dio a conocer como “Yves le monochrome” contando una historia antigua Persia. “Un flautista comenzó a tocar un día tan sólo un único tono continuo. Al seguir así a lo largo de unos veinte años, su esposa le hizo ver que todos los demás flautistas tocaban tonos armónicos y melodías completas y que quizá aquello resultara más variado. Pero el flautista monótono contestó que no era culpa suya si él ya había encontrado la nota que otros todavía estaban buscando”.
El azul es un color muy relacionado con lo espiritual (redordemos las teorías de Kandinsky cuando junto con sus compañeros de El Jinete Azul, se expresaban utilizando los colores de manera simbólica). La decisión por el color como una forma de expresión pura proviene de su dedicación al judo y su estancia en Japón, teniendo contacto con la filosofía zen y el minimalismo mental. Pronto el trayecto artístico de Klein quedó marcado por el rechazo al trazo de toda línea o dibujo por limitación o aprisionamiento en pensamientos formales y psicológicos frente a las percepciones espirituales.
En la búsqueda de la inmaterialidad y el infinito, el azul era el vehículo favorito de Yves Klein. Tanto fue el amor y escape que el artista encontró en ese color, que él, en colaboración con su colega Edouard Adam, concibió una nueva tonalidad de azul, conocida como International Klein Blue (IKB). El Azul Klein es un tono que impacta por su intensidad. Se fabrica con azul ultramar (el exquisito azul de los pintores venecianos del siglo XVII); la base del color azul Klein es el azul de ultramar, que en la Edad Media se obtenía a partir del lapislázuli, un mineral que se extraía principalmente de Afganistán. Este se machacaba y se convertía en pigmento, el cual era trasladado en barco, por lo que su precio era más caro que el del oro. Incluso el pintor Johannes Vermeer endeudó a su familia para poder pintar con este pigmento. Al azul Klein se le agrega un aglutinante llamado Rhodopas M, cuya virtud fundamental es la de mantener la energía, la fuerza, la vitalidad del pigmento.
Para Klein el ultramarino, fuese natural o sintético, no era suficientemente puro: Yves Klein creía que se trataba de un azul contaminado, que los otros contenidos del óleo, ajenos al pigmento azul (como el aceite y los remanentes de roca), comprometían su pureza y su capacidad de representar.