El uso y percepción que tenemos del color es un recordatorio que nos demuestra que los colores viven más en la imaginación, es un proceso abstracto que está limitado a la cultura, generación, economía entre otros factores. Quizá nombrar un color en específico hará que imaginemos alguna de sus diferentes tonalidades o con diferentes valores de luz y sombra.
En el libro Dictionary of Colour, de A. Maerz y M. R. Paul, el bermejo es más naranja que rojizo, sin dejar de ser un marrón y posee claros matices de un tono gris cenizo. Usualmente y como ocurre con otros colores que han ido cambiando de tonalidad con el paso del tiempo, la palabra «bermejo» (russet) solía referirse a un tipo de vestimenta más que a un color. Si bien el escarlata (un tono de naranja rojizo) era lujoso al tacto, adorado por ser ostentoso y brillante por las altas esferas, la tela de color bermejo era para los pobres por ser más pálido y marrón en comparación al escarlata.
Cabe resaltar que en el siglo XIV se nombró bermejo o bermeja a las calzas que cubrían, en mayor o menor medida, las piernas y muslos de nobles españoles, podían ser ajustadas o amplias pero eran calcetas rojas que estaban permitidas únicamente para ser vestidas con títulos nobles obtenidos por disposición del rey o de forma hereditaria.
El término bermejo también se emplea para aludir a la cría del jabalí hasta que cumple su primer año de vida. Se llama jabalí, en tanto, a un mamífero artiodáctilo cuyo nombre científico es Sus scrofa. Apenas nacen, las crías (también mencionadas como jabatos) son conocidas como rayones debido a que exhiben rayas en su pelaje. Poco a poco, el pelo se vuelve rojizo, con lo cual pasan a denominarse bermejos.
En 1363, durante el trigésimo séptimo año del reinado de Eduardo III, rey de Inglaterra, el Parlamento introdujo un nuevo estatuto para regular la dieta y vestimenta de los súbditos ingleses. Después de tratar de delimitar el uso de telas y colores en la vestimenta de nobles, caballeros, clérigos y mercaderes, la mirada de la ley se posó sobre la clase más humilde de todas: Carreteros, aradores, boyeros, pastores de vacas y ovejas... y todo tipo de bestias, aventadores de grano y toda clase de moradores en las tierras, así como el resto de gentes que no poseen propiedades por valor de cuarenta chelines... no llevarán más tela que frazada y russet de doce peniques.
Para la mente medieval, cuanto más cercano estuviera un color a las materias primas, más barato y de peor calidad era. El russet [bermejo] era una tela rojiza de lana muy tosca que solía sumergirse primero en un baño de azul añil, ya que al lavarlo sin fijarlo deja un tono marrón similar al fango y luego en otro de rojo alizarina sobrante de teñir las telas destinadas para otros situados más arriba en la escala social. Debido a que el resultado final dependía de las calidades de los tintes utilizados y el color de la lana sin teñir, el paño bermejo podía ser de cualquier color resultante del lavado de los pigmentos de alta calidad sino se fijan del modo correcto, resultando un color que podía ir del pardo al marrón y el marrón gris.
La habilidad y honestidad del tintorero era otro factor importante. Los registros del mercado de Blackwell en la ciudad de Londres que se han conservado, donde se verificaban las mercancías para garantizar que cumplían unos mínimos de calidad.