En 1920, Edward Thorndike acuñó el término “efecto halo” y fue el primero en demostrar su existencia con evidencia empírica. En su artículo El error constante en la calificación psicológica, describió este fenómeno, el cual identificó a partir de estudios en el ejército. Observó que los oficiales tendían a atribuir múltiples características positivas a sus superiores después de detectar una única cualidad favorable, o, por el contrario, los evaluaban negativamente basándose en un solo rasgo desfavorable.
Este sesgo es una distorsión cognitiva que influye en nuestra percepción de la realidad. Sin embargo, los mecanismos psicológicos que lo originan siguen siendo objeto de debate. Thorndike sostenía que el efecto halo no era solo una interpretación errónea de atributos individuales, sino que derivaba de nuestra dificultad para separar la impresión general de una persona de la evaluación de sus características específicas. Es decir, cuando un rasgo genera un impacto emocional fuerte, nos resulta complicado aislarlo de nuestra percepción global. Por otro lado, Nisbett y Wilson argumentaban que este efecto no se debía tanto a la influencia emocional de un atributo aislado, sino a la falta de conciencia de las personas para distinguir entre una característica individual y una valoración general.
Asimismo, Solomon Asch propuso que el efecto halo estaba relacionado con la disonancia cognitiva. Según su perspectiva, si nuestra primera impresión sobre alguien es positiva, tendemos a evaluarlo favorablemente en su totalidad para mantener la coherencia entre nuestras emociones, creencias y comportamientos. En este sentido, el efecto halo estaría vinculado al efecto de primacía, que sugiere que los primeros rasgos que conocemos de una persona tienen un peso determinante en nuestra percepción global de ella.
El arte ha sido, a lo largo de la historia, un reflejo de la sociedad y sus valores. Sin embargo, la manera en que se percibe una obra de arte no siempre es objetiva ni puramente racional. Un fenómeno psicológico conocido como el efecto halo influye en la valoración del arte, generando juicios globales basados en una impresión inicial. Este sesgo cognitivo provoca que la percepción de un solo atributo positivo (como la reputación del artista o la historia detrás de la obra) afecte la manera en que el público evalúa toda la pieza.
Cuando un artista ha alcanzado reconocimiento o es considerado innovador, su trabajo puede ser percibido automáticamente como valioso, incluso si algunas de sus obras no destacan en términos técnicos o conceptuales. Este efecto puede llevar a una admiración incondicional, creando una especie de “culto” en torno al artista. Por ejemplo, las obras de Pablo Picasso o Vincent van Gogh suelen ser altamente valoradas por su historia y por su impacto en el arte, pero este prestigio también puede llevar a que se sobreestimen algunas de sus piezas menos conocidas.