Los colores rojo y verde son, sin duda, los emblemas visuales de la Navidad. Se hallan en decoraciones, regalos, ropa festiva y anuncios publicitarios, evocando de inmediato el espíritu navideño. Pero, ¿cómo llegaron a convertirse en los tonos característicos de esta festividad? La respuesta se encuentra en una rica combinación de historia, religión, cultura y marketing.

La asociación entre el verde y las festividades invernales tiene orígenes paganos. Mucho antes del cristianismo, los pueblos europeos celebraban el solsticio de invierno decorando sus hogares con ramas de plantas perennes, como el acebo, el muérdago y el pino. Estas plantas, que permanecían verdes durante los meses más fríos, simbolizaban la vida eterna y la esperanza en medio de la oscuridad del invierno. El rojo, por otro lado, está profundamente arraigado en la simbología cristiana. Representa la sangre de Cristo, especialmente relevante durante la celebración de su nacimiento cerca de la fecha de Navidad. Además, los frutos del acebo, con sus bayas rojas brillantes, se usaban en la iconografía cristiana medieval para recordar las gotas de sangre derramadas en la crucifixión, reforzando su simbolismo en la festividad.

En la Edad Media, el uso del árbol se convirtió en un símbolo importante de la Navidad. Sus hojas verdes y bayas rojas no solo representaban la vida y el sacrificio, sino que también eran elementos clave en las tradiciones populares. En las representaciones teatrales medievales, especialmente en los “dramas del paraíso” que se realizaban el 24 de diciembre, se usaba un árbol decorado con frutas rojas (a menudo manzanas) para simbolizar el árbol del Edén. Esta combinación de verde y rojo comenzó a vincularse fuertemente con las celebraciones navideñas.

Aunque el verde y el rojo ya tenían una asociación histórica con la Navidad, fue durante la época victoriana cuando estos colores comenzaron a consolidarse como los tonos predominantes de la festividad. En esta época, gracias al auge de las tarjetas navideñas, se popularizaron imágenes de árboles navideños, coronas y ramas de pino decoradas. Las primeras tarjetas de Navidad, producidas a mediados del siglo XIX, destacaban el verde y el rojo como colores principales, reforzando su conexión con la festividad. La reina Victoria y el príncipe Alberto también contribuyeron a este fenómeno. Al adoptar y popularizar la tradición alemana de decorar árboles de Navidad, ayudaron a difundir la imagen de un árbol cubierto de decoraciones verdes y rojas en toda Inglaterra y, eventualmente, en otras partes del mundo.

El verdadero impulso global del rojo y el verde como colores navideños llegó en el siglo XX, gracias al marketing. Uno de los mayores responsables fue la empresa Coca-Cola. En la década de 1930, Coca-Cola encargó al ilustrador Haddon Sundblom una serie de imágenes publicitarias para promover su marca durante la temporada navideña. En estas ilustraciones, Santa Claus, vestido con su icónico traje rojo (inspirado en las descripciones del poema A Visit from St. Nicholas, de Clement Clarke Moore), aparece rodeado de un fondo verde que evoca los árboles de Navidad y el follaje invernal. Aunque el traje rojo de Santa Claus no fue inventado por Coca-Cola, las campañas masivas de la marca ayudaron a fijar el rojo como el color principal de la Navidad moderna, mientras que el verde servía como el contraste perfecto para complementar la paleta.

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