El negro noche cerrada es el negro más neutro que existe y en el inconsciente colectivo, uno de los más terroríficos. Para los humanos, el miedo a la oscuridad, tal vez heredado de los tiempos en los que todavía no sabíamos hacer fuego de manera fiable, es universal y ancestral. En la oscuridad, nos volvemos intensamente conscientes de nuestras limitaciones como especie: nuestros sentidos del olfato y el oído carecen de la agudeza necesaria para movernos por el mundo, nuestros cuerpos son blandos y no podemos correr más que los depredadores. Sin la vista, somos vulnerables. Nuestro terror es tan visceral que vemos la noche como completamente oscura, incluso no siendo absoluta oscuridad. Gracias a la Luna, las estrellas y, más recientemente, el fuego y la electricidad, las noches tan oscuras que no se ve nada en absoluto son muy poco frecuentes y, además, sabemos que, tarde o temprano, acabará saliendo el Sol.

Así pues, su nombre como noche cerrada, igual a cuando pareciera no hay ningún cuerpo celeste es un adjetivo adecuado: igual que el residuo resinoso de la brea puede pegarse a la mano descuidada, la oscuridad parece aferrarse a nosotros para hundirnos. Tal vez este sea el motivo por el que vivimos la noche, por lo menos en sentido figurado, como algo más que la ausencia de luz. Es implacable: una dosis de miedo a lo desconocido o a la muerte misma.

Los signos de nuestra aversión a la noche y la oscuridad pueden encontrarse en todas las épocas y todas las culturas. Nix, la antigua diosa griega de la noche, es hija del Caos, y sus hijos incluyen el sueño y, de manera más ominosa, también el dolor, la discordia y la muerte. Nott, una diosa de la noche de las tradiciones escandinava y germánica, va vestida de negro y viaja en un carro tirado por un caballo oscuro, cubriendo el cielo con la oscuridad como si de un manto se tratara.

A través del miedo, el negro noche cerrada también ha pasado a simbolizar la muerte que, según la visión más desoladora, es una noche sin fin. Tanto Yama, el dios hindú de la muerte, como Anubis, dios egipcio, tienen la piel negra. Kali, la temible guerrera hindú, diosa de la creación y la destrucción, y cuyo nombre significa «la que es negra» en sánscrito, suele representarse con la piel oscura, luciendo un collar de calaveras y blandiendo una espada y una cabeza cortada.

Muchas culturas han llevado el negro en señal de luto por los muertos. En el relato de la leyenda del Minotauro, los jóvenes tributos sacrificados todos los años en honor de la criatura partían en un barco con velas negras, ya que iban camino de su segura destrucción. El miedo a la mayor de las oscuridades también ha dejado huella en el lenguaje: la palabra latina para el negro más intenso y mate es “ater” o “niger” para una variedad más brillante y armónica.

La expresión más elocuente del miedo que siente la humanidad ante la negrura de la noche cerrada es también una de las más antiguas. Encontrando textos en el Libro de los muertos del antiguo Egipto o bien en textos prehispánicos describiendo la entrada al inframundo; pero también en la Biblia, cuando se describe que en un principio todo era caos y tinieblas. Lo creas o no, el poder de esta imagen de Dios creando la luz de la oscuridad es innegable dando sentido a ese miedo primigenio de estar solo en el abismo sin ningún rastro de luz.

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