El color oro o dorado está relacionado con el color amarillo, sin embargo no se parece a ningún otro color y lo pensamos como un metal precioso dándole un significado de eternidad y poder divino, lujo y excentricidad; es el color que más se asocia a la belleza, pero también a la arrogancia y al mundo materialista. Parte de su atractivo se debe a la escasez del mineral y su alto costo en el mercado. Las cualidades del oro, el color amarillo luminoso, la ductilidad y el hecho de ser inalterable, han sido idóneas, no sólo para acuñar monedas, sino también para su utilización en el mundo de las artes de todas las civilizaciones. Pese a que se han descubierto minas de oro alrededor del mundo, las fiebres de oro producen una alta demanda haciendo que se agote rápidamente el uso de la mina y su abandono al encontrar nuevos asentamientos de oro.

La historia de la hoja de oro comenzó con el uso de la misma en la escultura y la pintura y se remonta a Egipto. El oro era el color de los dioses, los faraones y los sarcófagos. Por lo tanto, la hoja de oro se usaba principalmente para decorar las habitaciones de las pirámides que pretendían ser la tumba de un faraón. Posteriormente, los mosaicos del arte bizantino dieron pauta para la iconografía del arte sacro y el uso del dorado en las figuras divinas que representaban.

El oro ha sido protagonista de muchas obras maestras en la historia del arte, creadas a través de una técnica pictórica llamada “Fondo oro”, utilizada inicialmente en los mosaicos paleocristianos, fue utilizada posteriormente en la producción de pinturas sobre madera, miniaturas y mosaicos del periodo bizantino. Esta técnica fue descrita en el tratado “Libro dell’arte” de Cennino Cennini, se basa en la producción de pequeñas y finas hojas de oro, que los artesanos especializados de la Edad Media realizaban martillando los bloques o piedras de oro para obtener láminas muy finas de metal. Posteriormente, se preparaba la superficie de la obra, que había quedado lista para recibir el pan de oro, extendiendo una capa de “bolo”, una arcilla rojiza disuelta en agua y clara de huevo. Luego, para fijar el oro al soporte de la pintura se utilizaban mordientes a base de agua, como clara de huevo, miel, goma y jugos vegetales. Cabe señalar que, durante la realización de esta técnica, se aplicaba el pan de oro en rectángulos, que, posteriormente trasladados a un pincel, se aplicaban sobre la superficie mediante la presión de las cerdas. Finalmente, el oro se trituraba y pulía sobre el soporte con el bruñidor, un cepillo especial fabricado con piedra de ágata aplanado en la punta. Usualmente, en el arte sacro se usaban las hojas o pan de oro en rectángulos para cubrir el fondo de la obra y sobre todo en el halo de los santos para darles esa sensación de luz divina.

Posteriormente, con el aporte de la investigación artística de Giotto (artista florentino que dio inicio al movimiento renacentista en Italia), el fondo dorado y los esquemas bizantinos fueron parcialmente abandonados y la pintura volvió a representar el mundo y, sobre todo, el cielo de forma más realista. De hecho, a partir del siglo XIV, los fondos arquitectónicos y paisajísticos comenzaron a dominar paulatinamente, reduciendo el porcentaje de la tabla decorada en oro.

Google News