Hoy hablaremos un poco de la ingenuidad y del proceso creativo. Les platicaré un poco de mis experiencias personales y las de mis amigos. Les contaré qué les aconsejo a mis estudiantes de doctorado en matemáticas para ser más creativos.

Casi todo lo que he hecho en matemáticas lo he hecho por ingenuo.

Para ejemplificar esto, voy a relatar la experiencia de mi primer trabajo de investigación. Sucede que como estudiante me preciaba de poder hacer cualquier ejercicio que apareciera en un libro que tratase sobre el tema de convexidad, un área de las matemáticas. Mis amigos, para darme un escarmiento, decidieron hacer pasar por ejercicio un problema abierto del Libro Escocés, un conocido libro de problemas matemáticos sin resolver.

Recuerdo que el complot se dio mientras caminábamos entre las Facultades de Ciencias y Química, rumbo al camino verde en Ciudad Universitaria. Cuando me platicaron el problema, en la antigua Ciencias, no me pareció difícil y no dudé de que fuera un interesante ejercicio de algún libro de texto. Sentía además una enorme libertad intelectual.

Caminamos en silencio. Para cuando cruzábamos Química esbocé lo que pudiera ser la estructura de una posible solución. A continuación, oí una tremenda carcajada de todos, la historia del problema —que no era un ejercicio—, y yo que me sentía profundamente avergonzado.

No volví a pensar en el problema hasta tres o cuatro semanas después, cuando una mañana amanecí con la sensación, con el aroma, de que quizá la estructura que había esbozado aquella tarde pudiera funcionar. Esta vez, con mucha humildad, pero en absoluto secreto (aún me sentía avergonzado), trabajé en ese esquema de demostración.

Después de una semana, sabía que iba por buen camino. Así fue como publiqué mi primer artículo. Sé que nunca lo hubiera logrado si hubiera sabido que se trataba de un problema conocido y no de un simple ejercicio. Nunca. Pero inconscientemente algo aprendí, pues esta manera de trabajar la uso casi siempre que quiero hacer investigación.

Empiezo soñando en un esquema o esqueleto que, usualmente, resulta estar lleno de exageraciones, mentiras y falsedades sólo atribuibles a mi ignorancia pero, sobre todo, a mis tremendas ganas de que el mundo sea como lo imagino.

Así empiezan todos mis trabajos; decepción tras decepción, el sueño empieza entonces a despedazarse y la realidad a tomar su lugar (hablaré después de la frustración). Lo importante aquí es que de esta manera, me las ingenio para que las cosas comiencen a caminar, pues como decía sabiamente mi padre: “Andando la carreta, se acomodan los melones”.

Cuando un estudiante empieza a trabajar en algo, una vez que tiene los elementos suficientes para entender el problema, jamás lo mando a la biblioteca a llenarse de información (eso viene mucho después) pues le mato la creatividad.

Le pido que sueñe y, sobre todo, que desee mucho, pues el deseo es importante. Le pido que me cuente el cuento de cómo sería bonito que se pudiera resolver su enigma. Le pido también que le eche mucha, pero mucha, imaginación, en el entendido de que él y yo sabemos que lo que sueña es un cuento y que nadie más lo sabrá (libertad).

Le pido que compre un cuaderno donde va a empezar a escribir su cuento y que, siempre, la primera idea que tenga, por más estúpida e inocente que le parezca en el momento de aparecer, la anote en el cuaderno y la olvide.

Le explico que después le asombrará darse cuenta lo importante que suelen ser estas ideas primitivas que, con frecuencia, resultan ser muy acertadas.

La próxima vez, hablaremos sobre la libertad, ingrediente esencial del proceso creativo.

Hasta pronto.

*Coordinador de la Unidad Académica del Instituto de Matemáticas de la Universidad Nacional Autónoma de México, Campus Juriquilla

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