Una vez terminada la consulta de revocación y con un puñado de votaciones en puerta, el siguiente gran umbral para la democracia mexicana será la elección presidencial de 2024. Si todo camina como es debido, a estas fechas dentro de dos años estaremos conversando sobre los preparativos para el primer debate que organizará el INE. Ya tendremos al menos un par de meses con candidatos presidenciales definidos. Por eso, aunque la sucesión no está a la vuelta de la esquina, los tiempos invitan a una reflexión.
Hay tres preguntas centrales rumbo al siguiente gran proceso electoral en México.
La primera es quién será el candidato de Andrés Manuel López Obrador. Y no hay que engañarse: el candidato será el del presidente, que ha retomado el papel del gran elector que alguna vez tuvieron los caciques priistas de los que, desciende en línea directa López Obrador. Más allá de vaivenes, lo más probable es que el presidente elija a Claudia Sheinbaum. A López Obrador no le basta la afinidad ideológica; lo que quiere es lealtad dinástica. Salvo algún imprevisto, será ella quien represente a Morena en 2024.
La segunda pregunta es más interesante. Los resultados de la consulta de revocación demuestran la fortaleza de la base electoral del lopezobradorismo, pero también sus límites. Mantener el entusiasmo de decenas de millones de votantes no es sencillo. Además, la presidencia lopezobradorista acarrea malos resultados. Objetivamente, ha sido un gobierno cuando menos mediocre. Eso abre una ventana real a la oposición, pero solo si entiende la urgencia de un frente común. ¿Irá unida la oposición contra Sheinbaum y Morena o se fragmentará en beneficio del partido oficial, como ocurrió varias veces en nuestra historia moderna?
La tercera pregunta es la más urgente para el futuro de la democracia. El mundo está plagado de democracias iliberales, en las que los gobiernos utilizan la fuerza y los recursos del Estado para inclinar la balanza electoral. Son dictaduras con guante de seda. En México, la operación resulta familiar. Fue el modus operandi del PRI y parece serlo también del gobierno actual. ¿Hasta dónde llegará el lopezobradorismo en 2024 para garantizar el triunfo de su candidata?
El presidente deberá mirarse al espejo antes de responder. Por años, se quejó con toda justicia del papel de sus antecesores en tiempos electorales. Así fue como mandó callar a Fox con aquello de las chachalacas. Por años denunció el uso de los recursos del Estado –es decir, de los mexicanos– para la promoción de los candidatos del partido en el gobierno. Se quejó de “cartas marcadas” y “dados cargados”, de los “haiga sido como haiga sido”. Ahora, que es él quien controla el presupuesto y el micrófono, parece haber olvidado su indignación.
En ese contexto, 2024 será la prueba definitiva del valor de la promesa de honestidad del lopezobradorismo. No falta mucho para averiguar de qué está hecha realmente la médula moral del presidente y su partido. Hay años de declaraciones, marchas y quejas formales de López Obrador contra lo que consideraba el abuso permanente del poder en función de la vida electoral del país. Si ahora cae en la tentación de ser él quien carga los dados, habrá cometido el acto de hipocresía supremo de su Presidencia. Y eso, más allá del resultado electoral de 2024, marcará su legado como luchador social, el papel que más le importa.