Hoy comienza la segunda presidencia de Donald Trump.

Quienes lo respaldan lo imaginan como un agente disruptivo en Estados Unidos y en la escena mundial. Ven en Trump a un presidente ajeno al sistema, con la valentía y las ideas suficientes como para transformarlo. El clima social es propicio. En una encuesta publicada ayer, el New York Times revela que 88% de los estadounidenses cree que el sistema político en su país está roto: un clima extremo de insatisfacción.

Los simpatizantes de Trump esperan que reduzca la burocracia estadounidense, mejore la economía (aunque la economía que recibe Trump ya es extraordinaria) y, sobre todo, cumpla con sus promesas de campaña. En la encuesta del New York Times, nueve de cada diez estadounidenses dicen esperar que Trump imponga aranceles a productos extranjeros y comience un sistema de deportación masiva inédito en la historia del país.

En todas esas áreas, Trump promete una disrupción duradera que sus simpatizantes suponen positiva.

Es posible. Por desgracia, hay otro escenario.

Sin riendas ni incentivos para la contención, Trump podría gobernar para la minoría y desencantar a la mayoría. Su base de votantes rurales y de escasos recursos podrían tener un desencanto muy veloz. Uno de sus primeros pasos será tratar de consolidar los recortes fiscales que beneficiaron sobre todo a los más ricos. Si Trump realmente procede con su política de aranceles, que parece innegociable, el consumidor estadounidense promedio resentirá las consecuencias de inmediato.

La cercanísima asociación de Trump con los magnates de la tecnología podría derivar, en una transformación disruptiva y productiva, pero también podría dar paso a la consolidación de una nueva oligarquía, como advirtió Joe Biden en su último discurso como presidente. Trump es una figura transaccional. Contra lo que muchos de sus simpatizantes suponen, no es realmente un hombre de grandes ideas. Es un hombre de grandes transacciones.

Y finalmente está el papel de Estados Unidos en el mundo. Sus simpatizantes suponen que Trump actuará con cautela, concentrándose en la política interior de Estados Unidos y retirándose de manera inteligente del escenario mundial. El otro lado de esa moneda es el final de la ayuda estadounidense a Ucrania y el principio de la amenaza de Vladimir Putin a Europa.

Muchos de sus simpatizantes también suponen que Donald Trump va a apretar a los regímenes autoritarios de izquierda en América Latina en Venezuela y Cuba y será un contrapeso en México. Puede ser. Pero también puede ser que la naturaleza transaccional de Trump se imponga y llegue a acuerdos en los que, como ocurrió con el gobierno de López Obrador, Trump obtenga lo que necesita para sus prioridades e ignore por completo el buen destino interno de esos países.

Hoy también marca el principio de una era oscura para la comunidad inmigrante en Estados Unidos, en su gran mayoría hispana y en su gran mayoría mexicana.

@LeonKrauze

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