Uno de los rasgos más inquietantes de la política contemporánea es la arrogancia de élites empoderadas por el apoyo de masas desinformadas. Hace unos días comentaba Emilio Rabasa cómo Donald Trump y su fantasmagórico proyecto de llevar a Estados Unidos a una nueva época dorada de la mano de un puñado de multimillonarios, sedujo a desposeídos que votaron masivamente por él. Es más fácil ver a la distancia la incoherencia del proyecto neoimperial y lamentar cómo un pueblo, tan admirable como el americano, puede caer en una retórica tan anémica.

Pero, si vemos las cosas con más cercanía, podemos constatar que las viejas ideas tienen buena circulación en el mercado político. El día de hoy quisiera referirme a una entidad por la que tengo un afecto particular, pues mi vida como investigador arrancó con un par de monografías sobre ella: Tabasco. Después de una admirable lucha de AMLO por democratizar la entidad, el modelo obradorista se convirtió en hegemónico. El gobernador May ganó con más del 80% de los votos y no hay, en la práctica, oposición. Reconstruyeron el modelo que desmontaron y aplican políticas que no han resuelto los problemas estructurales de la entidad, en algunos casos la situación empeoró.

Algunas de las ideas que se repiten con mayor insistencia se desplegaron como sendas políticas públicas, con resultados que están a la vista de todos. Tomo la primera, una inversión pública importante para construir una refinería, contra la opinión de todos los expertos por su inviabilidad y su costo. La refinería se hizo y durante los años que duró la obra derramó dinero, pero el modelo no desarrolló ni proveedurías ni nuevas actividades económicas, lo cual nos sugiere que fue una vuelta al viejísimo modelo mexicano del “contratismo” con el gobierno, que supedita a las clases empresariales a una relación de compadrazgo político y no a una saludable estrategia de crecimiento. Hoy, Tabasco aparece como uno de los estados en los que se contrae con mayor fuerza el producto industrial, junto con Campeche y, en las últimas mediciones, Quintana Roo. Tabasco tuvo su época dorada con el petróleo y su segundo aire con la refinería, pero no ha logrado desarrollar una vocación para crecer económicamente y ofrecer prosperidad.

El segundo elemento tiene que ver con la seguridad pública y el modelo de prevención basado en atender las causas con apoyos y gasto social. Pocas entidades de la República tuvieron tantos apoyos gubernamentales (incluidos subsidios en las tarifas eléctricas) como Tabasco y vemos, con dolor, como, incluso el municipio de Nacajuca, de los venerables chontales (donde por cierto López Obrador empezó su carrera) hoy están penetrados por la criminalidad. ¿Cómo explicar que en un estado no fronterizo y que tampoco tiene puertos secos, como ocurre en Guanajuato, haya un importante tráfico de mercancías ilícitas y de personas y su capital se haya convertido en la más peligrosa del país?

Podemos desgarrarnos las vestiduras y hacer mil conjeturas, pero la mínima honestidad intelectual debería responder a la pregunta básica: ¿por qué en Tabasco no hay más prosperidad y más seguridad, si es (como entidad federativa) la hija consentida de “nuestro amado líder”? La respuesta es inquietante o perturbadora, según se vea, porque en el fondo remite, al igual que lo que ocurre en Estados Unidos, a un reciclado de viejas ideas que no abren puertas a un nuevo curso de desarrollo. A veces es bueno quitarse los anteojos de la ideología y echar un vistazo a las estadísticas, que tienen el mal gusto de recordarnos que la realidad no es como la pinta, sino como es.

Analista. @leonardocurzio

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