En un tiempo muy corto el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) transitó de mera asociación civil a finales de 2011 a partido político de oposición en 2014; al año siguiente logró que se le reconociera el 8% de la votación y en tres años más y con el respaldo de más de 30 millones de votos, se hizo de la presidencia. Hoy ya tiene también el grueso de los gobiernos estatales.
Con ese capital, el líder de Morena, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), inició su anunciado proyecto de transformar el régimen vigente. La llamada 4ª Transformación (4T) propone alejar al país de un viejo, notablemente corrupto sistema autoritario y muy escorado hacia la derecha para instalarlo en otro por la vía izquierda.
A estas alturas vale ir evaluando las varias transformaciones puntuales que está llevado a cabo la 4T de manera directa e indirecta. Una de ellas tiene lugar en los procesos de selección internos de Morena que, sin ser tan decisivos como las elecciones oficiales, son mecanismos que condicionan la naturaleza de las elecciones formales y también determinan de calidad de los proyectos y personajes que buscan tener el derecho a gobernar.
Ese proceso doméstico de selección puede llegar a convertir a un partido en campo de batallas tan intensas como las que tienen lugar entre los partidos.
Otro factor fundamental en el proceso interno de designación de candidatos es el papel de las dirigencias.
Los partidos políticos mexicanos son ejemplos perfectos de la “ley de hierro” de Michels, pero en esta etapa inicial de la 4T pareciera haber una conciencia y un empeño en intentar vacunar a Morena contra los efectos más dañinos del virus oligárquico y antidemocrático. La vacuna ensayada son las encuestas —y en ciertos niveles la tómbola— como instrumentos para hacer entrar como variable a las opiniones e intereses de las bases o de la ciudadanía en general en la ecuación que determinará la designación de los candidatos. Sólo el tiempo y la práctica dirán hasta que punto estos instrumentos realmente habrán de disminuir el peso del tradicional “dedazo” y dar un papel efectivo a la participación de una ciudadanía que apenas está emergiendo como tal.
Morena también está intentando aprender de los errores del pasado. Recordemos que ese partido es producto de una cadena de desprendimientos ocurridos en partidos que le precedieron: PRI y PRD. En el PRI siempre hubo una corriente cardenista que, a raíz de la conversión del priismo al neoliberalismo, ese cardenismo latente se activó como Corriente Democrática (CD) encabezada por Cuauhtémoc Cárdenas (1987). La CD pronto abandonó al PRI para reinventarse en 1989 como un partido de oposición: el PRD. Sin embargo, desde el inicio, el PRD fue escenario de corrientes en pugna que terminaron por inutilizarlo y llevar a un nuevo desprendimiento del que surgió Morena. El nuevo partido aprendió la lección e incorporó en sus estatutos el rechazo a la formación de grupos en su interior. Claro que esa prohibición no garantiza su cumplimiento, pero sin duda es un desincentivo para la formación de corrientes y pugnas internas.
Finalmente, pero de extraordinaria importancia para el presente y el futuro será la forma en que Morena y la 4T procesen el anunciado retiro voluntario al fin del sexenio de su fundador y líder carismático indiscutible: AMLO. De golpe, las dos creaturas del tabasqueño —Morena y la 4T— tendrán que seguir transitando por caminos muy tortuosos y desconocidos antes de poder terminar de madurar y modificar la naturaleza del viejo régimen. El carisma y experiencia de AMLO lo hacen insustituible y su ausencia abrirá una gran incertidumbre en la izquierda y en el proceso político mexicano mismo.